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Pasto

Las miradas de los niños

A los 22 años Juan Pablo Hernández tuvo su primer trabajo como psicólogo en el ICBF, sede Tumaco. Su primer encuentro de frente a la violencia y al dolor.

Juan Pablo Hernández psicólogo y docente. En un aula de clase en la ciudad de Pasto. Fotografía: Juan Felipe izquierdo.

Apenas terminó la universidad Ingresó en el área de restablecimiento de derechos gracias a la Fundación Proinco —que tenía contrato con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar—. Organización encargada de potenciar procesos pedagógicos y sociales.

Padres machistas y madres severas con sus hijos fue el panorama que habitualmente se encontró en los hogares. Dice que el choque cultural fue sorprendente y desconcertante porque el maltrato y la dureza eran el pilar de la crianza. Hizo muchas visitas a las familias para la prevención y protección integral de la primera infancia, infancia y adolescencia. “Entrar a la casa y en la sala encontrar el rejo colgado era imponente”, cuenta. Las viviendas hechas de bahareque y madera, en su mayoría en condiciones precarias. Sin contar el hacinamiento de las familias, puesto que en un cuarto dormían 4 o 5 personas en una misma cama.

Hubo casos que al lado de los 4 o 5 niños los padres tenían relaciones sexuales — ¿Cómo se desarrolla un niño cuando siente, ve y escucha que allí mismo, a su lado, están en una relación sexual? — se pregunta.

Le preocupa la normalización cultural de la pedofilia, recuerda que muchos adultos tenían deseos por estar con los más pequeños y era común que entablaran un vínculo amoroso. El desarrollo de los niños y niñas en Tumaco, según Juan Pablo, era mucho más rápido en comparación a la población infantil de Pasto. Por eso los cambios se presentaban desde tempranas edades, en muchos casos, a los 12 años ya tenían noviazgos y relaciones sexuales. En el municipio, en general, las madres son jóvenes, ellas le comentaban que tuvieron a su primer hijo a los 14 o 15 años, la edad acostumbrada en Tumaco para tener hijos.

El grupo psicosocial con el que trabajaba fue su soporte para esta nueva experiencia. Para la estadía en el municipio le hicieron ciertas recomendaciones específicas y reglas de juego por la seguridad. “Si sale a altas horas de la noche sin estar acompañado de un grupo de confianza que sea del municipio, es mejor que se quede en su casa”, le advirtieron. También recuerda que una compañera vivía en un barrio azotado por las pandillas, no podía trabajar en el barrio de los rivales —lo tenía prohibido—, hacía todo lo posible para que otro compañero hiciera las visitas por ella y solo así hacer el informe. Le decían “si usted entra a tal barrio… no puede cruzarse a la izquierda porque lo matan”. Lo mismo pasaba con algunas madres, a pesar de ser una frase estigmatizadora le dijeron: “Esta mamá es prostituta entonces tenga cuidado”, cuando en el informe leyó que la mamá nunca estaba en casa con sus hijos, pero cuando la visitaban psicólogos hombres se quedaba —tuvo sentido la advertencia— muchos de ellos se sentían acorralados e intimidados por ella.

La educación familiar y el contexto en el que nacieron normalizó la crueldad, los niños le explicaban a Juan Pablo que los ataques terroristas eran normales en la zona, pero, ¿Lo natural es que un niño de 11 años le explique a un adulto cómo es la guerra?. “Si normal doctor aquí hubo un atentado, fue una bomba que la pusieron en una parte, pero normal”. El niño habla sobre un ataque explosivo, en el cual Hernández estuvo a 3 cuadras de los hechos, luego de unas horas sus tías, sus padres, sus hermanos lo llamaron desesperados desde la capital de Nariño —¿Qué pasó? ¿Cómo están? ¿Está bien?— angustiados. Lo más espantoso es adaptarse. “Si lo sentimos pero no nos alarmamos, ya nos habían metido la idea en la cabeza, la guerrilla atacó en tal parte, ah, entonces ya están cerca”, perdió la capacidad de asombro al escuchar sobre otras situaciones, sobre otros heridos, otros muertos, finalmente se acopló a las malas noticias.

Cuenta que la deserción escolar es alta al igual que el porcentaje de analfabetismo en la población, el difícil acceso al territorio y el abandono del estado hace que las oportunidades sean remotas. En ese mismo sentido, la influencia de grupos al margen de la ley invade los sueños y las expectativas de las nuevas generaciones. Recuerda las frases que le repetían en Tumaco “Ya sabe leer, ya sabe escribir, ya sabe sumar, es suficiente, vámonos al monte”, Los papás saben que los niños que estudian no generan ingresos, por ello, prefieren que su hijo se involucre en el negocio de la coca, Hernández cuenta que, tristemente muchos de los padres no apoyan que sus hijos estudien.

La cotidianidad

Un día 7 niños se quedaron sin familia. La diferencia de edad entre cada uno era de unos 2 años aproximadamente, la hermana mayor tenía 17. Mataron y enterraron al papá, a la mamá y a la tía frente a sus ojos, frente a los ojos de 7 niños. Entrevistarlos fue muy difícil para él, no sabía qué decirles, preguntó ¿saben lo que pasó? No sabía cómo hacerlo sin herirlos —los hechos eran atroces—. Para su total sorpresa los niños no se exhibían como víctimas, le narraron lo sucedido sin mayor aflicción, sin ninguna demostración de zozobra o dolor. “Mataron a mis papás porque él tenía una finca y no produjo la cantidad de coca que les pedían, ahora quedamos a cargo de mi hermana mayor”. Hernández quedó desconcertado… Ellos viven la violencia de forma cotidiana. El grupo de hermanos se dividió, para el ICBF fue un caso complejo porque tuvieron que establecer a los dos niños mayores como cabezas y remitirlos a Pasto por separado. Este tipo de acontecimientos eran frecuentes en el día a día de su trabajo, se convirtió en una urgencia común el sacar a los niños del territorio.

Un familiar

Una adolescente de 17 años dedicada a la prostitución abandonó a su primer hijo en un hotel, quienes lo encontraron sabían que ella era la madre, por eso el ICBF al conocer este caso recibió a los 2 menores de edad, Hernández menciona que ella se rehusaba a quedarse y cuando cumplió la mayoría de edad, se marchó. Luego nació otro bebé, también abandonado por ella. Lo anterior no es un caso aislado, Juan Pablo explica que los acontecimientos están atados a las representaciones inconscientes —respuestas al trauma y la herida—, porque en realidad la adolescente fue violada en su infancia por un familiar cercano. “Eso deja marca y al no haber un buen apoyo o respaldo ocasiona que ella lo manifieste de otras maneras. Si a ella la violaron y nadie hizo nada, entonces, ella no va a hacer nada por sus hijos”, explica. La percepción con la que ella se quedó, según él, es que la vida sexual es así, que alguien te dañé para luego hacerle daño a otros.

El psicólogo Juan Pablo era el funcionario que más familiares tenía en la ciudad de Pasto, por lo anterior, era el elegido para acompañar a los niños y niñas en los traslados. Recuerda que en una ocasión se le asignó acompañar a una adolescente embarazada, pareja sentimental de un guerrillero; en ningún otro caso anterior había sentido tanto miedo y ansiedad. Todo el camino se sintió tenso e impaciente, estaba bastante preocupado por la seguridad de la chica y de él. Se fueron juntos en un bus de transporte público y las recomendaciones eran claras: hablar únicamente lo estrictamente necesario, no mencionar en público que hace parte de la guerrilla, no poner en evidencia y en peligro la integridad de la adolescente. “Una tensión que uno tenía, teníamos que pasar por todos los pueblos peligrosos, por Llorente, Ricaurte… Uno estaba tranquilo cuando ya llegaba a la zona del Pedregal”

Era su primer reto profesional y sentía que estaba ejecutando su proyecto de vida, le emocionaba el departamento de restablecimiento de derechos. Aunque la labor era muy exigente, estaba impulsado por la necesidad de lograr un impacto positivo en la comunidad, por contribuir a mejorar la calidad de vida de los niños y niñas. Sin embargo, estaba limitado por los parámetros rígidos de los informes y las carpetas oficiales de los casos, según él, las formalidades y los protocolos se estaban quedando cortos a todo el proceso exhaustivo de investigación que se llevaba a cabo con el equipo.

En este nuevo entorno, Hernández tuvo problemas de salud por la falta de agua potable; llegaba a los hogares sin un proceso de tratamiento. “La misma agua sucia de la ducha es la que se tenía que usar para cocinar los alimentos” dice que estos factores lo desalentaban y le quitaban el interés de seguir en el municipio. La energía eléctrica se iba constantemente por 2 o 3 días seguidos, no podía escribir ningún reporte de los casos y de las visitas correspondientes sin electricidad.

Asimismo, cuenta que el salario que ganaba solo le alcanza para lo necesario; con esfuerzo podía visitar a su familia una vez al mes. En ese año su esposa e hija trasladaron su residencia a Tumaco, la estadía para Juan Pablo luego de eso fue mucho más llevadera, sonríe, cuenta que comenzó a salir en familia, más tranquilo, los fines de semana iban a la playa o al parque —los momentos con su hija le dieron aliento para continuar un poco más—.

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El gran puerto con el océano pacífico y su vegetación son víctimas del narcotráfico, son playas ricas de fauna y de esperanza. Para ser navegante en la perla del pacífico hay que aferrarse a las rutas de escape o de resistencia, a las alternativas. Los jóvenes sobrevivientes de la violencia luchan por medio de la música, el arte y el deporte. “Usted en el parque encontraba niños en sus bicicletas, jugando fútbol, queriendo tocar instrumentos… Ellos hacen el intento”.

Luego de un año de trabajar en el municipio de Tumaco, Hernández, vuelve a la ciudad de Pasto. Se convirtió en un docente apasionado y dedicado —para sus alumnos es Juanpis— acompaña los proyectos de vida y la educación en sexualidad de los niños, niñas y adolescentes en la institución para la que trabaja.