Editorial de Gustavo Gómez: ¡Cuidado con ese sapo!
Escuche el editorial de Gustavo Gómez del 4 de agosto de 2022
En el campo de las ideas, a veces tristemente lejanas de la realidad que vivimos los colombianos a diario, solemos estar expuestos a uno de los grandes pecados de quienes tienen la responsabilidad de administrar y ejecutar. Y ese pecado, el octavo si es que fuéramos a ampliar el listado de los capitales, se llama desconexión.
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Si las ideas, si las propuestas, si las buenas intenciones no están conectadas con la realidad, difícilmente superarán el escenario de los castillos de arena que los niños arman al borde de las playas.
Al gobierno que arranca no se le puede culpar por tener un genuino interés por lo que ha dado en llamarse la paz total. ¿Puede ser alguien culpado por soñar con la paz, con la tranquilidad, con la convivencia? La respuesta es no. Pero esa idea de paz, como el internet, debe tener conectividad. Las propuestas de paz sin conexión con la realidad son como un teléfono muy moderno, pero sin plan de datos, o privado de eso que llaman “señal”.
En ese sentido, válida es la posición del nuevo comisionado de paz, Danilo Rueda, alrededor de que “un diálogo respetuoso no sustituye a la justicia”. Pero… y es que todo en la vida tiene un pero, un pero que no debe ser entendido como palo en la rueda, sino como un elemento de enriquecimiento de la discusión. Pero, digo, hay algo que es fundamental y que no puede perderse de vista, so pena de corromper las reglas del universo real y terminar, como si estuviéramos en cine y no en Colombia, flotando en el metaverso.
Ese “pero” es el objeto de este editorial y trataré de plantearlo en términos sencillos, que todos entendamos. La subversión, la guerrilla, tiene una intención política de cambio, y en el camino de hacerla posible, se acerca al delito como una manera de financiarla. Las bandas criminales, o como ustedes quieran llamarlas, si es que escogen alguno de los muchos eufemismos que los gobiernos se inventan para referirse a ellas, tienen una intención delictiva y, con posterioridad, arman un débil discurso cuasipolítico para blindarse y lograr objetivos muy concretos, uno de ellos, por ejemplo, hacerle el quite a las extradiciones.
Tanto la guerrilla como las bandas criminales beben en las aguas de la ilegalidad, pero hay un orden de factores que es clave. Repito: la guerrilla arranca por un sueño político que se nutre y sostiene con el delito; las bandas criminales, en cambio, surgen con un afán de enriquecimiento nada lícito y, más adelante, dependiendo de nutridos intereses, terminan rozando las esferas políticas de utilería.
El reto del nuevo gobierno es, con la entendible intención de llevarnos a la tranquilidad, no morder el anzuelo. Claro que estas bandas tienen cuadros y jerarquías, y hasta insignias e himnos, pero eso no las hace menos delincuentes.
Para la delincuencia común solo opera el código penal y la justicia. La paz requiere de enormes mandíbulas, para tragar sapos enormes, lo sabemos, pero el sapo de confundir al guerrillero con el otrora guerrillero obsesionado con enriquecerse, o con el delincuente camuflado de factor de transformación política, es un sapo que no expele leche sino veneno.
Un veneno tan poderoso que todo lo corroe, que todo lo destruye. Este gobierno tiene la loable intención del cambio y la transformación. Excelente. Pero lo único que no puede cambiarse ni transformarse es la solidez de los preceptos en que descansa la democracia y el imperio de la ley. Hasta las víboras, expertas en venenos, saben que hay sapos que es mejor no tragarse. Si se improvisa en la idea del acogimiento, somos todos los que podríamos terminar sintiendo los rigores del sometimiento. El veneno siempre es veneno y no hay manzana que logre disimularlo.