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Editorial de Gustavo Gómez: La lengua de "Otoniel"

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La lengua de "Otoniel"

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La lengua de "Otoniel"

¿Quién en Colombia no está desde ayer en la tarde hablando de alias “Otoniel” y su extradición? La respuesta es sencilla: todo el mundo, porque su enorme maldad, su carácter sanguinario, la crueldad extrema que exhibió por años y el gran poder que acumuló, convirtieron a un ser aparentemente insignificante en el más mentado y temido del país. Es natural: somos una especie especializada en producir basura y hasta en convivir con ella.

El gran debate es, por supuesto, si su extradición en este momento era lo adecuado o si ha debido quedarse un tiempo en Colombia a contar su verdad para beneficio de las miles de personas que fueron sus víctimas. Y digo miles porque “Otoniel” fue una máquina de asesinar, un efectivo instrumento del delito, la corrupción y el salvajismo.

El propio presidente de la República lo puso en el mismo estante en que conservamos a ese mal recuerdo que llamamos Pablo Escobar. No sé si la comparación sea válida, pero sí estoy seguro de que “Otoniel” es una lacra king size, de esas que cada tanto florecen en este jardín tropical.

Voy a dejar algo muy claro antes de pasar a consideraciones que tengan que ver con la posibilidad de que hubiera pasado unas semanas o meses más en Colombia confesando su generoso y ensangrentado prontuario. Digo, y en ello me afirmo, que es lo correcto tenerlo pagando por sus crímenes en el único lugar que estos asesinos temen: las cárceles de los Estados Unidos, donde no pueden corromper a la guardia, donde no les entran compañeras sexuales, donde no tienen televisores de alta gama y tres celulares, donde no le dan órdenes a los directores del penal, donde no pueden salir el fin de semana a abusar de menores de edad, donde es casi imposible que sigan manejando sus negocios u ordenando el asesinato de todo aquel que se les oponga.

Ojalá no tuviéramos que recurrir a la válida y legal herramienta de la extradición, que funciona en medio planeta. Qué bueno sería que estos desalmados se quedaran aquí, pagando sus penas bajo extremas y efectivas medidas de seguridad, y sin privilegios.

Pero sabemos que eso sigue siendo un espejismo. Que pague, en condiciones que equivalgan al daño que hizo, por sus crímenes en ese país donde sentirá a diario el contundente peso de la justicia. Y justicia es lo que merece recibir mañana, tarde y noche, y por muchos años.

Dicho eso, respeto la esperanza de las víctimas a la posibilidad de que, habiéndose quedado en Colombia, contara detalles de sus fechorías, para tranquilidad de todas las familias que hizo sufrir. Pero digo también que, en atención a sus manifestaciones de las últimas semanas, no le asistía a “Otoniel” mayor interés en reparar.

Todo lo que hizo lo hizo en la tarea de no ser extraditado. No creo que su diminuta alma, si es que la tiene, albergue arrepentimiento, deseo de conversión o genuino interés por darles paz a quienes solo quieren saber el cómo, cuándo y dónde de su repugnante vida criminal.

Y lo hecho hecho está. Nada lo va a devolver, al menos en los próximos años, y lo que viene es una prueba suprema para sus supuestas buenas intenciones. Que hable desde la cárcel en los Estados Unidos, que reciba a los funcionarios competentes, que aproveche los innumerables recursos tecnológicos de que disponemos hoy en día para honrar su deseo de revelar, confesar y poner la verdad por sobre su agenda personal.

¿Que lo extraditaron rápidamente para que no abriera la boca más de la cuenta? ¿Para que no salpicara a algunos prohombres de este país y a funcionarios corruptos? No lo sé, no tengo la respuesta. Apenas puedo estar seguro de que la extradición es legal y, repito, una efectiva y válida herramienta de cooperación judicial que, en casos como los de Otoniel, tiene lógica, peso y fondo.

Muy válido manifestar opiniones en el sentido de suponer qué habría pasado si no lo extraditan, pero ese capítulo ha quedado cerrado por la fuerza de los acontecimientos de ayer. Resta, como digo, confiar en su palabra, aunque es bien difícil que la honre un tipo de su baja categoría y, eso sí, sea cual fuere la posición sobre su extradición, hay que estar unidos alrededor de lo que ahora parece fundamental: que pague y padezca por todo el daño que ha hecho.

Hable o no hable, diga verdades o falsedades, de todas maneras, a la luz del hoy y el ahora, queda solo confiar, no en él, sino en que goce del escarmiento que se merece. Y a las víctimas, repito, todo nuestro respeto y consideración, y que reciban en el futuro cercano esas verdades que “Otoniel” ofreció. Pero también les digo: a poner los pies sobre la tierra, porque el día en que repartieron los corazones, “Otoniel” estaba ocupado sacándoselos a sus semejantes. 

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