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Editorial de Gustavo Gómez: El deber de un periodista

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El deber de un periodista

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El deber de un periodista

En tiempos de tremenda confusión, las fronteras se desdibujan y todo parece recordarnos el encuentro de los grandes ríos con el mar, en ese punto en que el agua es a la vez potable y salada. Una de esas zonas crepusculares, al mejor estilo de la dimensión desconocida del gran Rod Serling, es donde la luz y la oscuridad nos confunden en materia informativa y de opinión. Hablo de esa zona que emparenta indebidamente al periodismo y con el activismo.

El periodismo, en términos más sensibles de los que brindan las escuetas definiciones de diccionario, es la búsqueda de la verdad, con arreglo a unos principios claros del oficio: equilibrio, cruce de fuentes, respaldo documental y testimonial, independencia… El activismo, que es una actividad aceptable, a pesar de sus buenas migas con el odioso fanatismo, es la militancia, es el apoyo y respaldo a causas concretas, así como el ataque sistemático a todo aquello que contradiga o ponga en riesgo las banderas del activista. Por eso, activista-periodista equivale a decir caníbal-vegetariano. ¡Y sí que el canibalismo es una referencia adecuada en el mundo del actual periodismo nacional! Pero ese es otro asunto…

Durante varios días el periodista Ricardo Calderón ha sido tendencia, por lo general negativa, en redes, por una investigación suya en Noticias Caracol sobre la cuestionada visita a la cárcel La Picota de Juan Fernando Petro, hermano del candidato Gustavo Petro, a charlar con corruptos y delincuentes, personajes de inexistente reputación con los que la única conversación ética es recomendarles que cumplan con juicio las muy merecidas penas que la justicia les ha impuesto.

Ricardo Calderón es un tipo de bajo perfil, lejano de las veleidades de los grandes cacaos del periodismo, discreto, enemigo de la figuración y respetado por el grueso de los colegas de este país. Nunca sus investigaciones se han cimentado en intereses políticos ni en favorecimiento de agendas. Hoy, y es explicable en medio del fragor de esta campaña política ya casi bélica, los seguidores de Petro lo fustigan, queriendo olvidar que en su carrera investigativa tantas veces lo aplaudieron, cuando su trabajo fue pilar de revelaciones trascendentales sobre el paramilitarismo, los “falsos positivos”, las contrataciones en las Fuerzas Militares, el desastre del DAS y las andanzas corruptas de políticos de la derecha. Las investigaciones de Ricardo Calderón no son ni de izquierda ni de derecha. Son investigaciones. Y punto.

Tan escasa ha sido su figuración, que muchos de sus trabajos la gente ni sabe que son de él y a Ricardo no le interesa que lo aplaudan, lo feliciten o lo premien. Pero ese trabajo dedicado, de hormiga, le ha valido precisamente cuantiosas felicitaciones, aplausos y premios en Colombia y el exterior.

De hecho, el gran público no sabía quién era él y resultaba una odisea encontrar siquiera una foto suya en internet. Saltó para muchos al escenario mediático y de redes cuando fue nombrado director de la revista Semana, en la que la mayoría de las portadas de impacto lo tuvieron como motor principal durante años. En ese cargo duró efímeras seis semanas, cuando renunció por considerar que estaban en riesgo sus principios. Y esa renuncia le costó incluso una justa remuneración por tantos años de trabajo. Pero estaban primero las consideraciones éticas y, con todo el respeto que se le pueda tener a Semana y a sus periodistas, él sintió que allí ya no encajaba. Y se fue.

Calderón no colecciona billetes; tampoco hace política ni campaña con sus investigaciones, pero asistimos al lamentable espectáculo de ver como tirios y troyanos manipulan sus pesquisas. Y, él, como corresponde, guarda silencio y aguanta la tormenta.

Ha sobrevivido a muchas, incluso a riesgo de su vida: tanto peligro ha corrido que en 2013, recibió el premio de periodismo Simón Bolívar a Vida y Obra, que suele reservarse para colegas pasados de los 60 o 70 años. Calderón tenía apenas 43, pero, por la magnitud de sus investigaciones, se pensó que su vida podía ser corta y que merecía ese reconocimiento. Es uno de los premios más simbólicos para el oficio que se han entregado en los 47 años de historia del Simón Bolívar. Y, él, repito, en silencio, por que ni siquiera tiene cuentas en redes. Son sus trabajos los que hablan por él. Su voz y sus argumentos no son otros que el periodismo decente, honesto, transparente. Como en la notación musical, el símbolo del calderón está más cerca de prolongar un silencio que de extender la estridencia.

Hasta el propio Gustavo Petro, con sensatez, tuvo que pronunciarse sobre el caso Calderón, cuando dijo lo siguiente: “en medio de la tensión desatada por el informe de Ricardo Calderón en Caracol, siempre debemos tener el máximo respeto al cuestionamiento periodístico. Acertada o no, la libertad de prensa debe ser respetada. Si gobernamos, la independencia de la prensa nos hará bien”.

Las fuentes de Calderón existen. La información que recibió fue comparada y cotejada. Su trabajo se defiende solo. Dirigir los misiles a él, porque no revela sus fuentes, no es más que un sofisma de distracción sobre lo verdaderamente importante. Bajar la cortina del “entrampamiento” y decir que esa es la única explicación, no es lo correcto. La opinión tiene muchas dudas sobre la presencia del hermano de Petro en La Picota y sus conversaciones con corruptos, por buenas que hayan sido las intenciones, sobre “perdón social” y rebaja de penas.

Se cometió un error y el país merece saber qué tan cándido fue ese mal paso del “perdón social” y hasta qué punto tenía intencionalidades políticas que siguen allí, dando vueltas en el crepúsculo. Es clave que amanezca y, para decirlo en palabras de lunes de Pascua, brille la luz. Colegas como Calderón solo aportan elementos válidos para que todos nos hagamos preguntas y lleguemos a respuestas satisfactorias para un país que necesita dejar atrás las sombras.

Y que ojalá todas las denuncias que se promocionan activamente en redes sobre Petro y otros candidatos, resulten basadas en hechos valiosos e investigados, no en construcciones malévolas sobre la vida privada de la gente o noticias falsas de activistas enardecidos. Si resulta ser eso lo que se promueve con exaltación en redes, estaremos abriendo una peligrosa Caja de Pandora, fuertemente instalada en los terrenos de la calumnia y el apasionamiento político. Y, entonces, necesitaremos que dejen trabajar a más colegas como Ricardo Calderón.

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