El pedaleo de la esperanza
Historia escrita por el subintendente Emilio Gutiérrez Yance, jefe de comunicaciones estratégicas del Departamento de Policía Bolívar

Departamento de Policía Bolívar
Cartagena
Río Viejo despertó con un murmullo distinto aquella mañana. No era el silbido del viento entre los almendros ni el canto de los pájaros en su cotidiana sinfonía. Era un rumor de ruedas ansiosas, de pies inquietos, de corazones latiendo al ritmo de una ilusión. La brisa cálida de Bolívar anunciaba que algo grande iba a ocurrir, y así fue.
Las calles del pueblo, testigos de historias silenciosas, vieron desfilar una serpiente de colores. Bicicletas relucientes, cascos que reflejaban el sol ardiente y camisetas impregnadas de entusiasmo avanzaban en un solo compás. Eran los niños, niñas y adolescentes de Río Viejo, embajadores de un mensaje que retumbaba en cada pedaleo: Sí al deporte, no a la violencia ni a las drogas.
El evento no era solo un recorrido; era un poema trazado sobre el asfalto, una estela de sueños sobre ruedas. La Policía para la Paz, la Policía de Infancia y Adolescencia y la Gestora Social del municipio tejieron con hilos de esperanza cada tramo de la cicloruta. No era solo un paseo, era un viaje hacia un mañana sin sombras, donde la niñez pudiera crecer sin el acecho de los peligros que oscurecen los caminos.
Como guardianes de la luz, los Jóvenes Constructores de Paz de la Policía Nacional guiaban la travesía. En cada esquina, el aire se cargaba de un mensaje distinto: el deporte como escudo, la prevención como brújula, la confianza como antídoto contra el miedo.
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El sol, testigo de la jornada, esparcía su fulgor sobre los rostros sonrientes. Y allí, entre el vaivén de las bicicletas y el eco de la esperanza, se escuchó la voz de la prevención. Se habló del veneno de las sustancias prohibidas, de los caminos que roban la inocencia y de la importancia de construir un futuro con manos limpias y corazones firmes.
Bajo la sombra generosa de un samán centenario, los niños se reunieron para recibir bocadillos y agua fresca. Parecía que la tierra misma les ofrecía su gratitud en sorbos de alivio. Las palabras flotaban en el aire, tejidas con hilos de respeto y hermandad. Nadie es más que nadie, decían las miradas. Aquí todos somos uno, como el río que corre sin preguntarse dónde empieza ni dónde termina. El ciclo paseo dejó huellas sobre el polvo del camino y en el alma del pueblo.
Y cuando cayó la tarde, un arcoíris de más de mil colores, uno por cada sueño de cada niño del pueblo, se dibujó en el cielo. Porque en Río Viejo, la esperanza pedalea sin descanso.