Ciudades

El Puente

Este trabajo realizado por el periodista Luis Camacho, fue el ganador de la Beca al Periodismo Regional, Hay Futuro Dejamos Huella, una iniciativa liderada por Ayuda en Acción, la Universidad Externado de Colombia y Caracol Radio.

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Getty Images / Camilo Erasso

El Puente Internacional de Rumichaca tiene tres carriles vehiculares para ingresar a Ecuador y tres para ingresar a Colombia, los cuales están divididos por un espacio en la mitad para que puedan pasar los peatones. Las barandas de protección, tanto en el centro como en los extremos, son amarillas. Desde el lado colombiano se pueden ver los letreros de despedida y bienvenida: “Gracias por visitar la República de COLOMBIA”, en verde; “Bienvenido a la República del ECUADOR”, en azul.

Algunos días el Puente amanece cubierto por la niebla. El frío azota, pero el flujo de migrantes, de viajeros, y la presencia de policías, agentes de migración y comerciantes, nunca falta. El Puente jamás está solo; día y noche, con sol o con lluvia, siempre hay alguien ahí.

El Puente es testigo de innumerables situaciones particulares que ocurren cada día. Es un lugar vivo. Suceden alegrías, tristezas, esperanzas… y negocios: “Café, chocolate”, dice un señor bajito, de pantalón drill, chaqueta negra y gorra. Lleva un termo a sus espaldas lleno de comida y dos termos en sus manos; uno de café y otro de chocolate. También carga una mochila que dice: Colombia. Como él son varias las personas que están todo el día satisfaciendo el hambre y la sed de viajeros y trabajadores del lugar. Venden desayunos, almuerzos y cenas; empanadas, aborrajados (o como se dice en Nariño: emborrajados), pasteles, pan con queso, entre otros.

Al medio día instala su puesto de comida ambulante un hombre moreno, robusto, junto a su esposa. Todo lo transportan en una motocicleta. Abren una sombrilla gigante de vistosos y bellos colores: amarillo, azul y rojo. Venden cevichocho; un plato típico de Ecuador.

Además de quienes venden comida, están los cambistas; que van de un lado a otro buscando a las personas que necesitan cambiar dinero. Un camión se acerca al Puente, se estaciona un instante, y el cambista se cuelga de la puerta rápidamente para efectuar su trabajo. Así durante todo el día. Este negocio es particularmente bueno ahora con el precio del dólar tan alto; son muchos los ecuatorianos que necesitan un cambio de divisas para comprar en Colombia.

A la una de la tarde, algunas veces, el sol arrecia. No es una temperatura común en Ipiales. Lo típico es estar resguardados entre ruanas y sacos. Pero cuando hace tanto sol a la una de la tarde es común ver gente incluso en pantaloneta.

Los migrantes pasan por el Puente a cualquier hora. La mayoría viajan entre Venezuela, Colombia, Ecuador, Chile y Perú. Unos pocos viajan a Brasil, Argentina o Uruguay y, recientemente, la mayoría viajaban a Estados Unidos.

Otro negocio muy lucrativo que se puede observar en Rumichaca tiene que ver con el Check-Mig, de Migración Colombia. Aproximadamente diez caballeros se dedican diariamente a asesorar a los viajeros para que puedan realizar sus procesos migratorios de manera satisfactoria: “¿va a realizar migración?”, dicen. Los europeos y los estadounidenses generalmente ya han realizado ese trámite que en realidad es sencillo, no toma más de cinco minutos y no hay necesidad de imprimir el certificado, se puede presentar desde el celular. Pero son muchos los que no lo traen y prefieren ayuda de los asesores para realizarlo; pueden cobrar entre 3 y 10 dólares.

En medio del sol de la tarde llega una familia numerosa al Puente. Carlos y Andrea, los padres; Geiner de 5, Sujeidis de 6, Ayender de 8, Ingrimar de 9, Enyelbert de 12, Kley de 15 y Nailin de 16, los hijos. Nailin está embarazada hace 4 meses. Geiner es un niño muy inteligente, le gusta hablar, preguntar, tiene el cabello ondulado y un poco largo, lo peinan hacia atrás y le recogen el cabello con un moño. Sus padres dicen que tiene un problema neurológico, que no han podido darle los cuidados médicos necesarios y por eso quieren establecerse pronto en algún lugar donde le brinden la atención médica correspondiente.

Al llegar al Puente se enfrentan al reto más grande: cruzar. Todos los migrantes que ingresan a Colombia pueden hacerlo sin ningún inconveniente, nadie les impide el paso. Pero cruzar hacia Ecuador es otra historia. Como todos los que ingresan a Ecuador, necesitan presentar el carnet de vacunación con el esquema completo, pero más allá de eso, necesitan una visa. La mayoría de veces ni siquiera tienen las vacunas y si las tienen no tienen un pasaporte, pero lo de la visa es casi imposible. Aun así, la cantidad de personas que está migrando es enorme.

Según el Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos (GIFMM)1 , a febrero del 2022 la población de venezolanos establecida en Colombia era de 2.477.588 personas. Adicional a eso, hay 211.000 venezolanos en condición de tránsito. Probablemente con el auge de la migración hacia Estados Unidos esa cifra haya aumentado considerablemente.

Para los migrantes hay ayuda humanitaria de emergencia brindada por distintas organizaciones, entre ellas la Pastoral Social de Ipiales, como representación de la Iglesia Católica, que ha conformado una gran organización con personas que están dando su vida para acoger a los migrantes, para apoyarlos con alojamiento, comida, asesoría jurídica, regularización migratoria, en fin. Pero aún hay mucho por hacer para poder dar una respuesta integral y adecuada a las necesidades de estas personas.

El sol quema bastante en horas de la tarde en Rumichaca y los policías de control migratorio del Ecuador se resguardan bajo una carpa blanca, de vez en cuando salen a la vía a realizar preguntas de rutina a los vehículos que pasan. Carlos y su familia tienen tres opciones: pasar de uno en uno por una orilla del Puente en el momento en que los policías estén distraídos, la segunda sería pagar a un taxi para que los cruce; cobran 10 dólares. La tercera opción sería devolverse y tomar otra ruta para pasar por la “trocha”; un paso irregular.

A esta situación se enfrentan todos los días los migrantes que tienen puesta su esperanza en Ecuador, Chile o Perú. Cada uno lleva su historia y su anhelo de poder ganar dinero para mantener a su familia, quizás para enviar a Venezuela a un padre o a un hijo. Yarlei, una chica de 20 años, desea pasar junto a su pareja y a su prima, con el deseo de llegar a Ecuador y poder trabajar para poder comprar una muda de ropa para diciembre a su hija de 7 años que se quedó con su madre. Vienen desde Valencia. Recientemente tuvo que pasar una tragedia: estaba embarazada de su segundo hijo, pero tuvo que abortarlo porque no tenía dinero para llevar a cabo el embarazo y pensaba que si no podía darle a su hija lo que necesitaba menos a un segundo hijo. Llevaba varios días pasando hambre y sin poder enviar dinero a su mamá. “Aquí encontré todo el apoyo para abortar, así que decidí hacerlo”, es lo que cuenta entre lágrimas. “Aquí te podemos brindar el apoyo para realizar la IVE con todas las garantías”. ¿Y las garantías para poder criar a sus hijos quién las puede brindar?

Por estos tiempos están pasando por el Puente un promedio de 130 migrantes al día. En días pasados, cuando casi todos querían viajar a Estados Unidos, pasaban más de 200 personas. Normalmente pasan dos tipos de migrantes: los que viajan con algo de dinero para sus pasajes y los que definitivamente no cuentan con nada y pasan caminando, “pidiendo cola”, durmiendo en las gasolineras, en los puentes o donde los coja la noche.

Carlos y Andrea llevan tres meses viajando desde que salieron de Ciudad Bolívar. Allí dejaron a sus amigos y demás familiares, sus lugares favoritos, la escuela de los niños, allí se quedaron los recuerdos de los buenos momentos, la época en que tenían un trabajo, los paseos y una vida digna.

Andrea lleva una chaqueta blanca, una riñonera, un gorro de lana y chanclas. Ingrimar se para junto a su madre, tiene una chaqueta negra, una blusa blanca con negro que le llega al ombligo y un gorro rojo también de lana; está sonriente, sus cejas son delgadas y su piel morena, sus ojos negros reflejan experiencias difíciles.

Carlos y Andrea cuentan que el viaje hasta llegar al Puente ha sido muy complicado, se enfrentaron a muchos peligros. Dicen que una noche Andrea pisó mal una piedra y se fue por un barranco. Los niños lloraban. Fue una situación muy desesperante, angustiante, para toda la familia. Carlos tuvo que bajar y rescatar a su esposa; ella tenía varias heridas y, lo más grave, una lesión en el pie. Después de rescatarla y de ella encontrarse estable, les surgía una pregunta: ¿podrían seguir avanzando en la vía con el estado de salud de Andrea? A medida que narran su historia se nota un inmenso sentido de resiliencia y de esperanza.

Los riesgos en la vía para los migrantes son muchos. La mayoría de los que pasan por el Puente destacan como principal peligro el ser robados y agredidos por “los hinchas”. Viajan con mucho miedo. La semana pasada pasaron dos familias, ocho personas. Llegaron hasta el Puente y se quedaron varias horas esperando que llegaran más migrantes para viajar juntos, pues aseguraban que ingresando a Ipiales podían encontrarse con los ya mencionados “hinchas”; personas que usan camisetas de equipos deportivos y que suelen atacarlos, agredirlos, robarlos. Daniel, uno de los miembros de estas dos familias, dice que al inicio solo se le ve a uno de ellos en la vía, pero luego aparecen muchos, pues suelen esconderse para que no los vean fácilmente.

La violencia a la que se ven expuestos los migrantes lógicamente no se queda en los ataques de los “hinchas”, hay otras formas de xenofobia a la que se ven expuestos frecuentemente. De hecho, este es uno de los grandes motivos por los cuales muchos deciden retornar a su país, aunque la situación en Venezuela sea muy difícil. También experimentan grandes peligros cuando tienen que cruzar por los pasos irregulares, y son cientos de migrantes y refugiados los que son asesinados cada año en Colombia. Según Medicina Legal, desde enero hasta agosto de 2022, fueron asesinadas 556 personas; de las cuales 4 vivían en Ipiales2.

Otras cifras que también son muy graves fueron reportadas por la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES): entre el 2015 y el 2020 se registraron 836 desapariciones forzadas de migrantes y refugiados provenientes de Venezuela. Además, 2.319 personas fueron víctimas de violencia sexual, siendo el 88,3% mujeres, adolescentes o niñas, de las cuales el 71% eran menores de edad3.

En el Puente solo se escucha ruido. El más extravagante es el de las tractomulas que pasan y pasan sin cesar, una tras otra. El motor ruge fuerte y las cornetas retumban en el lugar. Rumichaca es una especie de hueco: alrededor solo hay montañas llenas de árboles y de papa. También se escuchan los taxis pitando y la pregunta de todo el día: “¿va a hacer el Check-Mig? ¿Ya realizó el Check-Mig? Llevará el Check-Mig… es obligatorio”.

Son las dos de la tarde. Carlos y su familia siguen en el Puente tratando de resolver su paso hacia Ecuador. Ser migrante es difícil, pero migrar con una familia numerosa aún más. Carlos recuerda que cuando su esposa cayó por el barranco y teniendo en cuenta el embarazo de su hija, les pidió separarse para “pedir cola”, para que a ellas las llevaran en alguna tractomula o cualquier otro vehículo. Eso era particularmente difícil para ellos porque no tenían celular para comunicarse y volver a encontrarse, sin embargo, no tenían otra alternativa.

Carlos y Andrea cuentan que después de separarse varias veces durante el viaje, lograron reencontrarse siempre en distintos lugares, gracias a una especie de lazo que los une, el amor. Para Carlos, a pesar de todas las dificultades, su mayor alegría es contar con la compañía de toda su familia en el viaje, tenerlos a todos juntos. Dice que él nunca pensó en salir primero de Venezuela y dejar a su familia, siempre buscó la unidad familiar. Y mientras cuentan la historia, mantienen una sonrisa que los ilumina como una gracia especial.

Mientras esperan, aprovechan para tener una consulta médica con los funcionarios de la Cruz Roja. Especialmente para Geiner y para Ayender; que ha estado enfermo del estómago. Cerca de la carpa en la que atiende la Cruz Roja también hacen presencia los Testigos de Jehová: inertes, elegantes y con tapabocas, junto a su mostrador de libros. Esperan la oportunidad de atraer a cualquier persona que quiera escuchar su propuesta religiosa. ¿Qué propuesta tienen para los Migrantes?

La vez pasada llegó al Puente un hombre venezolano de unos 45 años, alto. Estaba muy preocupado. Decía que era campesino y que en Venezuela cultivaba papa, enseñaba sus manos como prueba fiel de lo que decía; eran grandes y llenas de callos. Pedía, clamaba, para que le regalaran un azadón. Lo único que quería era pasar a Tulcán y trabajar arrancando papa, estaba seguro que lo haría muy bien y que ganaría lo suficiente para ayudar a sus hijos que se habían quedado en Venezuela con su esposa. ¿Cuántas familias han tenido que separarse por la dinámica migratoria?

Lo más común hoy en día es ver familias que tienen un primo en Cali, una amiga en Bogotá, una hermana en Valparaíso, a la mamá en Venezuela o al esposo viajando hacia Estados Unidos. Familias totalmente desintegradas.

Precisamente, hace poco pasó por el Puente un hombre que viajaba con su esposa, su hijo de 10 años y sus dos hijastros de 7 y 9. Pidiendo monedas recolectaron para mandar a la señora, que estaba embarazada, en bus hasta Venezuela. Lastimosamente a la mujer la robaron en Bogotá y tuvo empezar a dormir en el Terminal de Transporte y pedir comida en los restaurantes. Pero la tragedia no paró ahí; en un momento en que el señor regañó a su hijo, el niño se enojó y se escapó. El señor avisó a la Policía y tres días después encontraron al menor en Popayán. Había viajado con hombres solos y estaba bajo la custodia del ICBF. Ahora, su padre tenía que hacer lo imposible para llegar a Popayán y rescatar a su hijo, llevando a los otros dos menores de los cuales, al no ser el padre, corría el riesgo de que también los tomara en custodia el ICBF, y luego viajar a Bogotá para buscar a su esposa.

¿Qué se puede hacer frente a esta realidad tan dramática? ¿Cuándo será el fin de esta crisis migratoria? Los países necesitan el compromiso solidario para ayudarse unos a otros y construir estados que brinden las garantías a los ciudadanos para vivir. No se puede vivir en una guerra geopolítica que afecte día a día a tantos seres humanos y los deje sin techo o sin alimentos.

Aunque todos los migrantes que pasan por el Puente han soportado un viaje duro y cargan con mucho dolor, muchos viajan con grandes ilusiones; algunos quieren reencontrarse con su familia, otros quieren trabajar o, incluso, hay quienes viajan con el sueño de estudiar. Ricardo tiene 17 años, viaja con su hermano mayor, de 19. Su padre emigró hacia Argentina hace cuatro años y trabaja en una Universidad de ese país haciendo aseo. Hace unos meses le comentó al rector de la Universidad que su hijo siempre había soñado con estudiar aviación pero que, en Venezuela, al menos para ellos, era imposible. El rector le ofreció una beca para su hijo. Le dijo que ellos cubrirían todos los gastos del estudio, pero lo único que le pedía es que lo llevara a Buenos Aires a más tardar el 30 de septiembre. Los jóvenes viajaban con urgencia; cuando pasaron por el Puente solo les quedaban 15 días para lograr su objetivo.

Por su parte, Carlos y su familia sueñan con montar un negocio para vender arepas venezolanas. Recuerdan con nostalgia la comida de su país y en especial las arepas. Dicen que ellos saben prepararlas todas y muy bien; desde la famosa reina pepiada; con pollo o gallina mechada, mayonesa y aguacate, la de pabellón; con carne mechada, caraotas y tajadas de plátano maduro frito, hasta las de solo queso, jamón y queso, queso y mantequilla o con la combinación que sea.

En el Puente, después de un buen tiempo de espera, Carlos y su familia deciden pasar uno por uno, esperando que los policías ecuatorianos no se den cuenta. Antes de empezar a cruzar, Andrea dice que contar con el apoyo de su esposo es lo más importante para poder sobrellevar todas las dificultades del camino y que mientras esté con él todo les va a salir bien. Aún les espera un largo tiempo de viaje, muchos peligros y miedos para poder cumplir el sueño de volver a trabajar, tener a los niños estudiando, recibir atención médica y, en últimas, tratar de vivir una vida lo más dignamente posible.

Frente a esta situación es importante que cada quien se cuestione sobre los motivos que originan la migración y cómo se puede contribuir a una solución integral a la problemática. Es probable que uno de los motivos que originan las crisis migratorias sea la ambición personal y social, el deseo de tener, el consumismo, el deseo de control, dominio, superioridad. Y, en este sentido, cada quien tiene una respuesta que dar al problema. No podemos vivir en un mundo con gente muriendo de hambre, con niños agonizando en las calles, y personas viviendo en la opulencia.

Por otra parte, se necesita apoyar a todas aquellas personas venezolanas que ya se han establecido en el país y que de alguna manera están siendo fuente de apoyo para los que aún no han logrado estabilizarse. Es importante fortalecer las redes para la prevención de delitos de todo tipo contra los migrantes y refugiados. Y también es necesario acompañar a las comunidades de acogida en la prevención de la xenofobia. En Rumichaca, una señora que trabaja administrando un baño público decía muy orgullosa que hace unos años habían logrado quitar un albergue para venezolanos que se había puesto cerca del Puente.

Los colombianos también hemos necesitado y podremos necesitar en el futuro, ser acogidos en otra nación que no es la nuestra.

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