¿Descendiendo hacia el caos?
La historia de la humanidad ha oscilado entre periodos de orden y periodos de caos y anarquía.
La historia de la humanidad ha oscilado entre periodos de orden y periodos de caos y anarquía. Estos ciclos no son blanco y negro, más bien una nutrida gama de grises; aun así es posible identificarlos para entender las causas de unos y otros.
Aunque el mundo en su totalidad nunca ha sido completamente estable, entendiéndose por estabilidad la ausencia de conflictos y guerras, los periodos de mayor estabilidad se han dado cuando ha existido un hegemón que ha tenido el poder y lo ha ejercido, ya sea a nivel global o regional.
Por siglos Europa fluctuó entre varios poderes más o menos equilibrados, lo que se conoce en la teoría de relaciones internacionales como “balance de poder”, término acuñado por primera vez en el siglo XVIII, quizás por el político inglés Charles Davenant cuando describía la geopolítica europea. El balance de poder entre varios y cambiantes imperios condujo a guerras interminables tras las cuales se creaba otro balance de poder igualmente inestable. Antes de la primera guerra mundial el balance de poder se sostenía sobre los imperios alemán, austro-húngaro, otomano, ruso, británico, japonés y chino. Tras la guerra desaparecen los primeros cuatro, el mundo queda acéfalo de hegemón y con un balance de poder precario concluyendo este ciclo con la segunda guerra mundial, tras la cual surge el más poderoso hegemón desde el imperio romano: Estados Unidos de América. Ni siquiera la Unión Soviética pudo durante la guerra fría socavar de manera significativa el poder hegemónico americano.
El estadounidense Keneth Waltz, uno de los más importantes internacionalistas, exponente de la teoría del realismo, decía que “lo contrario a la anarquía no es la estabilidad sino la jerarquía”; es decir es más estable un sistema jerarquizado con un hegemón en la cúspide que uno supuestamente estable basado en iguales.
Desde el comienzo de esta década somos testigos de un mundo que presenta síntomas de estarse deslizando hacia el caos. Estados Unidos - que tras el final de la guerra fría ejerció su rol hegemónico coadyuvado por los organismos internacionales creados tras la segunda guerra mundial: Naciones Unidas, el Banco Mundial, la OTAN, El FMI y la OMC - ha comenzado un proceso de atrincherarse tras sus propios problemas cediendo su lugar de liderazgo global, el cual ningún Estado tiene la capacidad de asumir. Cuando el gato se va, los ratones salen de sus madrigueras a “pelear sin escrúpulos por el queso”.
No hay región donde más se manifieste esta realidad que en el Medio Oriente, paradigma de la anarquía y el caos con el colapso de los Estados, resurgimiento del tribalismo, guerras fratricidas y religiosas, millones de víctimas anónimas y sifón que se tragó inmisericordemente al sistema internacional con sus instituciones rectoras comenzando por Naciones Unidas. Un Medio Oriente que le ha dado entierro de tercera a principios que han regido el mundo por lustros: Responsabilidad para proteger, derechos humanos, prevención de genocidio. Un Medio Oriente cuna de organizaciones terroristas con alcance y accionar global.
En el Pacífico, región cuya estabilidad dependía de Estados Unidos, China hace de las suyas; desconoce fallos de tribunales internacionales, construye islas artificiales para quedarse con mayores extensiones marítimas, asume como suyo el territorio de las “nueve líneas quebradas” demarcado arbitrariamente por un general chino hace más de 100 años dentro del cual los países vecinos Vietnam, Filipinas, Malasia, Japón y Corea tienen legítimas reivindicaciones. Japón, rival histórico de China se rearma, saca a relucir su nacionalismo que había estado hibernando desde el final de la segunda guerra y deja claro que no cederá territorio alguno a su rival. Corea del Norte avanza raudo en su programa atómico acumulando ya un importante arsenal y ensayando misiles balísticos. China, la supuesta segunda potencia mundial, no ha mostrado interés en asumir un rol de liderazgo global más allá de la sola defensa de sus intereses.
Europa se descose bajo el peso de múltiples crisis: La economía que desde 2008 ha sacado a la clase media de su “zona de confort” dando origen al avance de populismos de extrema derecha e izquierda; los millones de refugiados que han arribado a sus costas rebasando la capacidad de acción conjunta; las diferencias históricas entre Europa Oriental y Occidental, el golpe de gracia que puede significar la aprobación del BREXIT en Gran Bretaña, el terrorismo desbordado que golpea por doquier y en últimas el mismo cuestionamiento a lo que significa la “identidad europea”.
Las elecciones en Estados Unidos y la posibilidad real que el candidato republicano Donald Trump llegue a la Casa Blanca son otro síntoma de un mundo que se desliza hacia el caos, al “sálvese quien pueda”, al “America First”. Sus declaraciones de no acudir en defensa de los aliados de la OTAN destruyen el modelo de seguridad imperante desde la segunda guerra y puede ser una invitación a Putin a que “siga no más” con los países bálticos. Su reiterada política de renegociar o abrogar tratados de libre comercio representa el fin de la globalización y un posible regreso al proteccionismo, letal para el modelo económico capitalista.
En nuestro continente es igualmente patente la falta de liderazgo que ha causado entre otros la neutralización de los organismos regionales hoy eunucos incapaces de actuar en la solución de conflictos, su principal razón de ser. La crisis en Venezuela, régimen responsable de “dinamitar” los organismos regionales, se profundiza cada día más ante la mirada impávida de un continente anestesiado. De surgir algún conflicto bélico o de otra índole en nuestra región es improbable que algún ente regional pueda intervenir adecuadamente.
Transitando la segunda década del tercer milenio no existe un hegemón, ni una alianza, ni una organización capaz de asumir ese rol. El G7 que durante años timoneó la economía mundial dio lugar a un mucho más fragmentado G20 que no ha podido consolidarse como faro económico. Las potencias emergentes India, Brasil, Turquía, México, Suráfrica, etc. siguen sin emerger.
La historia ha enseñado que un ciclo de caos como en el que parece el mundo estar embarcado termina únicamente con un evento cataclísmico, usualmente una conflagración global, el colapso del sistema económico o como en la ciencia ficción, un ataque de extra terrestres. Habría que esperar, quizás en vano que el sentido común de la humanidad prevalezca para detener lo que parece un inevitable desplome.