"Los otros derechos humanos": Gustavo Gómez
¿No es un derecho humano el de la alimentación, no es un derecho humano el de la salud, no es un derecho humano el del trabajo?
Un día de paro les genera a los comerciantes pérdidas de 230 mil millones de pesos. No piensen ustedes en los Ardila, los Sarmiento, los Gillinski o los Santo Domingo: eso lo pierde la señora de la cafetería, el vecino de la tienda y los compadres del almorzadero que venían tratando de recuperarse de meses sin clientes.
La jornada de paro le significa, en destrozos, a Cali más de 60 mil millones y a Bogotá 5 mil. De nuevo, esa plata no la pagan los grandes cacaos, sino todos los contribuyentes: usted, yo, su papá, su vecino, la tía, su abuelo, la amiga de su mamá, el del apartamento de al lado.
En un día de paro se destruyen alrededor de 17 peajes, lo que de ninguna manera logra que se deje de cobrar el paso de un solo vehículo.
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Un día de paro les significa a los campesinos y dueños de hatos, a la gente de la cadena láctea, pérdidas por 13 mil millones de pesos. Leche que se daña y hay que botar.
El paro deja ya a los transportadores intermunicipales, sector del que dependen miles de familias humildes, un desangre de 20 mil millones de pesos.
En un día de paro a los comerciantes de una ciudad como Bucaramanga les significa gastar 3.500 millones para reparar las fachadas vandalizadas de sus establecimientos.
El paro, en un puñado de días, pone en riesgo la vida de 60 millones, ojo, 60 millones de aves que alimentan a millones de colombianos que se quedan sin pollo y sin huevo.
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Un día de paro se traduce en que los restaurantes, talleres de mecánica, supermercados y hasta tiendas de barrio, de Risaralda no lleguen a vender ni siquiera el 10 % de la producción diaria normal.
Un día de paro, con bloqueos en las entradas de ciudades y municipios, impide la entrega del 50 por ciento del oxígeno medicinal que necesitan los pacientes, sobre todo de Covid, para no morir asfixiados.
Vigilantes y atentos estamos los medios al respeto a los derechos humanos de quienes participan en estas jornadas durante los últimos días, pero, haciéndonos una pregunta que mucho mortifica: ¿acaso no hay que proteger y hacer valer los derechos humanos de los millones de colombianos afectados por las jornadas? ¿No es un derecho humano el de la alimentación, no es un derecho humano el de la salud, no es un derecho humano el del trabajo, no es un derecho humano el de la libre empresa de pequeños y medianos comerciantes, no es un derecho humano el de contar con sistemas de transporte público?
Esta, más que una reflexión, es millones de reflexiones de colombianos que respetan el derecho ajeno a la protesta, pero que creen que también, desde sus casas y negocios, tienen derecho a protestar sin marchar, a protestar sin vulnerar, a protestar sin destruir. A protestar, sin tanto bombo y aglomeración. Simplemente a protestar, porque sufren. Ellos y sus familias. Y su queja es tan válida y respetable como la de aquellos que llegan a los titulares de prensa. Cuando piensen ustedes en derechos humanos, tengan la bondad de no olvidarse de los otros derechos humanos.