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Navidad con Propósito: policías que custodian la paz en el sur de Bolívar

Una travesía emocional por la vida de los uniformados que, entre operativos, caminos polvorientos y vigilias silenciosas, aprenden a amar a la distancia y a servir sin condición

Policía de Bolívar

Por: Emilio Gutiérrez Yance

En el municipio de Montecristo, en el sur de Bolívar, la Serranía de San Lucas se levanta como un largo susurro de montañas antiguas, envueltas en neblinas que amanecen lentas sobre los ríos.

Allí, donde el viento arrastra olor a tierra mojada y las tardes caen con un silencio que parece pensar por sí mismo, los policías y soldados recorren caminos que se pierden entre piedras, cauces y sombras verdes. En ese territorio de la Colombia profunda, ellos son la presencia que acompaña, protege y escucha.

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Este año, en medio de esos paisajes remotos, también cargan sobre los hombros una misión adicional: hacer viva la estrategia de la Policía Nacional, “Navidad con Propósito”, una campaña que busca que cada uniformado sea portador de esperanza en los lugares donde la distancia hace que la Navidad llegue tarde o no llegue del todo. Allí, en la Colombia que rara vez aparece en pantalla, ellos encarnan ese propósito con acciones pequeñas, silenciosas, pero profundamente humanas.

Los alojamientos son humildes: catres, techos de zinc que cantan cuando llueve y paredes agrietadas que guardan retazos de vida. Fotos dobladas, dibujos infantiles, mensajes cortos que sobreviven al tiempo. La distancia, ese animal silencioso, ronda siempre sin pedir permiso.

El subintendente, Jair García lleva más de tres meses sin ver a sus hijos. Con la Navidad respirándole en la nuca, sabe que la noche buena lo encontrará con botas enlodadas y radio al hombro. No abrirá regalos, no encenderá velitas en familia. Aun así, dentro de la campaña “Navidad con Propósito”, se ha propuesto llevar un detalle, una sonrisa o una palabra de aliento a cada vereda que patrulla. Su hijo mayor, en un mensaje breve, le escribió: “Papi, armamos el árbol cuando tú puedas”. Él guarda esas palabras como una plegaria íntima.

El subteniente, Mario Coavas revisa su equipo antes del patrullaje. Un viento tibio baja desde las montañas y mueve las hojas con el sonido de un susurro. Piensa en su madre preparando natilla en Sincelejo. “Este año tampoco estaré”, se dice en voz baja. Pero también sabe que, en el marco de “Navidad con Propósito”, su ausencia se convierte en un gesto de entrega: proteger a quienes, en estos territorios, necesitan incluso más compañía que él mismo.

Entre patrullajes, los policías se permiten un respiro. Los patrulleros Polo y Mena, con la destreza que da la necesidad, improvisan un fogón. Una olla negra empieza a hervir con un sancocho espeso cuyo aroma devuelve fuerzas. El vapor asciende como una señal de vida en medio de la espesura. Y aunque parezca un acto cotidiano, también es parte de esa Navidad distinta: compartir entre hermanos de uniforme lo poco que tienen para fortalecer lo que nunca puede faltar, la unión.

El comedor, hecho de madera que cruje con el viento, tiene la mejor vista del mundo: el cerro que abraza a Montecristo y, abajo, la quebrada Caribona. Allí se sientan todos, esperando el llamado: “Bueno, mis hermanos, a ver si este sancocho levanta el espíritu”.

A su alrededor, descansan los perros fieles de la estación: Crisbel, El Negro, Luna, Keisy y Capibara, este último un flacucho de mirada pícara que un día llegó y nunca se fue. Dicen —entre risa y verdad— que se quedó por amor. Ahora camina entre ellos como un guardián pequeño, sin uniforme pero con pertenencia.

Antes del primer bocado, todos se ponen de pie. Elevan una oración breve al cielo abierto de Montecristo. Piden por sus familias —esas que hoy prenden velitas lejos— y por la paz del país. En esa plegaria también se cuela el espíritu de “Navidad con Propósito”: devolver esperanza incluso cuando ellos mismos la necesitan.

La Serranía de San Lucas, con sus montes que parecen olas quietas, los rodea como un anfiteatro natural. Allí el deber es resistencia. Pero siempre encuentran razones para seguir: la sonrisa del campesino que ofrece café, la mano de un niño que reconoce su presencia, el agradecimiento sencillo de quienes, en la montaña, ven en ellos una luz.

El subteniente, Mario Coavas lo resume sin solemnidad, como quien expresa una verdad simple:

“Aquí no solo hacemos patria; aquí hacemos humanidad”.

Y así es. Llevan medicamentos, acompañan reuniones, cargan mercados, escuchan historias. Con “Navidad con Propósito”, no solo patrullan: también abrazan la idea de que la Navidad debe llegar hasta el último rincón del país, incluso si ellos mismos no pueden estar en casa.

Cuando cae la noche sobre Montecristo, el cielo se llena de estrellas limpias. La distancia pesa más que el fusil, pero también saben que su labor es un regalo silencioso para miles de familias que sí podrán encender velas sin miedo.

Regresan al alojamiento con el uniforme húmedo y la fe intacta. La Navidad puede esperar; la paz, no. Y en esa certeza —entre montañas antiguas, fogones improvisados, perros fieles y noches estrelladas— comprenden que su sacrificio sostiene algo más grande que ellos: la esperanza de un país que aún cree en amaneceres tranquilos… y en una Navidad que, gracias a ellos, siempre tiene propósito.