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Antonio Leyva, el artista que ha encontrado el éxito bajo una la carpa del circo

En un mundo donde las profesiones tradicionales suelen concentrar el reconocimiento social, existen oficios que, aunque menos comunes, encierran una riqueza artística extraordinaria

Antonio Leyva, el artista que ha encontrado el éxito bajo una la carpa del circo

Ese es el caso de Antonio Leyva, artista circense originario de Durango, México, quien ha dedicado gran parte de su vida a engrandecer un espectáculo que poco a poco parece desvanecerse: el circo.

Su historia comenzó a los 17 años, cuando asistió por primera vez a una función circense. La experiencia lo marcó para siempre. Quedó impactado al presenciar un acto de pulzadas, esas estatuas vivientes que parecen desafiar la quietud, y los trapecios volantes, ejecutados con una destreza y disciplina que lo dejaron sin aliento. En ese instante supo que había encontrado su camino. “Ver a esos grandes artistas despertó algo en mí que me inclinó al mundo del circo”, recuerda.

Con el tiempo, Antonio fue abriéndose espacio en distintas carpas de México y el extranjero. Trabajó con compañías de renombre como Circo Hermanos Padilla, Hermanos Mayar, Hermanos Canto, Circo de los Payasonicos y Circo Francisco Atayde, además de formar parte del Barley Circus durante varios años. Su talento lo llevó a cruzar fronteras y presentarse en escenarios de Estados Unidos con Carden International Circus, The Jordan World Circus y Cirque Italia, además de llegar hasta Australia con Cirque du Soleil en el espectáculo Stratosphere. Incluso participó en televisión, en el programa “Tengo Talento, Mucho Talento”, en Los Ángeles, donde alcanzó las rondas finales de dicha competencia.

Aunque ha explorado distintas disciplinas circenses, Antonio encontró su sello en un acto poco común: el de ballestas o Bow & Arrow. Su primer acercamiento fue gracias a Pablo Franco, quien durante seis meses lo inició en la técnica. A partir de ahí, el resto fue pura práctica, ensayo e innovación constante. Su empeño lo llevó a crear un número único basado en una reacción en cadena de diecinueve ballestas, cada una accionando a la siguiente hasta culminar en un clímax que deja al público en asombro. Esta innovación no solo lo distinguió de sus colegas, también le permitió obtener dos récords Guinness, confirmando su lugar en la historia del espectáculo.

Para él, lo más valioso del oficio no son los aplausos, sino ese instante en que percibe el murmullo de asombro entre el público. “Me llena de satisfacción escuchar esa reacción, porque significa que logré sorprenderlos”, confiesa. Esa capacidad de provocar asombro es lo que mantiene viva su pasión después de tantos años.

A pesar de los logros, Antonio no olvida que su profesión es una de las más exigentes y al mismo tiempo de las más frágiles. El circo, que durante generaciones fue sinónimo de entretenimiento familiar, ha ido desapareciendo en distintas partes del mundo, desplazado por la inmediatez de lo digital y por nuevas formas de espectáculo. Sin embargo, artistas como él insisten en preservar la esencia de esta tradición milenaria.

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Quien lo conoce sabe que se define como un hombre serio y reservado, de pocas palabras, pero honesto y sincero. En el escenario, su disciplina y creatividad hablan por él. Su vida es una prueba de que el arte circense, aunque amenazado, sigue siendo una joya invaluable, sostenida por la entrega y la pasión de quienes, como Antonio Leyva, se niegan a dejar que desaparezca. Su trayectoria y sus récords representan también un acto de resistencia cultural: la prueba de que las artes escénicas siguen vivas gracias a artistas que arriesgan su vida para mantener el asombro intacto.