El renacer de un Guerrero
Aunque cerca del 40% de este páramo ya está transformado, aún sobreviven ecosistemas mágicos y protegidos por hechizos ancestrales de los muiscas
Desde la Conquista y la Colonia española, frailejones, musgos, puyas y árboles altoandinos del páramo de Guerrero, 43.228 hectáreas distribuidas en 15 municipios de Cundinamarca, han palidecido por el exceso de cultivos, ganado y minería de carbón.
Su declive ambiental es evidente desde antes de ingresar al casco urbano de Tausa, ubicado a un poco más de una hora de Bogotá: minas de carbón, cultivos de papa en lo más alto de las montañas, fumarolas de humo de las ladrilleras, vacas pastando y una explosión de pinos y eucaliptos, dominan el panorama.
Según el Instituto Humboldt, cerca del 40% del páramo ya perdió su vegetación nativa, un panorama preocupante que ya supera las 17.000 hectáreas y que lo convierte en el páramo más afectado del país. La zona más perjudicada es la de la cuenca del río Bogotá, en varios sitios de Zipaquirá, Tausa y Subachoque.
Desde la urbe de Tausa hay que recorrer varias trochas durante horas para poder apreciar los primeros frailejones o la vegetación nativa del páramo, no sin antes pasar por el Neusa, un embalse construido entre 1948 y 1952 para captar el agua de Guerrero y así surtir a zonas de la sabana y la capital del país.
Las plantaciones de pino, una especie que no es originaria de Colombia y la cual desplaza a las plantas nativas y el agua, son el común denominador en los alrededores del Neusa. Incluso abundan en las partes altas de las montañas, sitios donde antes habían frailejones que captaban las gotas de la lluvia y la niebla.
A simple vista parece que el páramo ya no existe. Tierras negras aradas por maquinarias, pinos altos bastante densos, una alta proliferación de retamo espinoso y una que otra vaca, aparecen en todas las direcciones.
Sin embargo, al adentrarse en las zonas más altas de la vereda San Antonio, en el Guerrero cundinamarqués, que en la época prehispánica fue habitado por los muiscas, se inicia una sucesión de muestras de vida, resiliencia y biodiversidad.
La primera joya natural del páramo es un grueso parche de bosque de árboles rojizos cubiertos por musgos y barbas de viejo. Se trata de la especie Polylepis quadrijuga, una planta única de la cordillera Oriental de Colombia más conocida como colorado.
Los tallos de estos árboles son de un color rojo intenso, por lo cual los llaman colorados. Miden entre seis y ocho metros de altura y cuentan con la capacidad de adaptarse a condiciones de frío. También presentan cascarillas que se desprenden con facilidad para impedir la llegada masiva de bromelias.
Diego González, un joven de 26 años que desde este año trabaja como embajador o defensor del páramo de Guerrero, una iniciativa que nombró a 36 jóvenes como los guardianes de estos ecosistemas liderada por Bavaria y Agua Zalva, con el apoyo de la Universidad EAN, Parques Nacionales y el Ministerio de Ambiente, quedó sorprendido con la presencia de esta planta endémica de Colombia durante los recorridos de la Expedición Páramo.
“Acá también lo conocemos como siete cueros. Es una especie muy importante porque solo sobrevive en algunas zonas del país, pero no sabía que aún estaba en Guerrero. Me sentí muy feliz al ver a esta especie en el páramo, ya que esto demuestra que no todo es malo en este ecosistema”.
Una laguna mágica
Los colchones de frailejones y pequeños cuerpos de agua cristalina se apoderan de toda la zona tras pasar por el bosque de los colorados. Aves como los colibríes aparecen con frecuencia revoloteando cerca de las flores amarillas de estas plantas para chupar su néctar.
Desde esta parte de la vereda se pueden contrastar las dos caras de Guerrero: por un lado un territorio donde proliferan los pinos y la maquinaria para cultivar papa y por el otro un sitio repleto de agua, vegetación nativa y vida paramuna.
Luego de varios minutos de caminar por áreas empinadas y resbaladizas por el agua que fluye por todos los recovecos del páramo, una laguna de gran tamaño embruja la vista y el oído. Se trata de la laguna Verde, uno de los lugares que fueron sagrados y venerados por los muiscas.
“Esta laguna es uno de los mayores tesoros del páramo de Guerrero. Sus aguas le dan vida al río
Guandoque, la principal fuente que alimenta al embalse del Neusa de donde se surte de agua a parte de Bogotá y las poblaciones de Cogua, Nemocón, Tausa y Sutatausa”, asegura Miguel Ángel Rodríguez, quien lleva más de 13 años como guardabosque del páramo en el sector de Tausa.
Según el guardián de Guerrero, la laguna Verde está protegida bajo un hechizo ancestral de los muiscas que le ha permitido sobrevivir y mantener su belleza hídrica. “Si alguien tiene malos pensamientos cuando la visita, la laguna se pone brava y llama a las lluvias y a la niebla para no dejarse ver”.
Los dos hijos de Miguel Ángel desafiaron a la laguna para corroborar los mitos de antaño. “Fueron a visitarla durante un día soleado. Cuando le arrojaron piedras, de repente se puso a llover de una forma torrencial y la laguna empezó a rugir; mis hijos salieron corriendo como pollos. Esta laguna sigue viva por ese hechizo y la compra de predios por parte de la Alcaldía y la Gobernación”.
El guardabosque de este páramo cundinamarqués, nativo de Pacho pero que lleva más de 30 años en Tausa, también recuerda una anécdota que le pasó a su hermano cuando encontró un tesoro antiguo en la laguna, una de las más de 80 que hacen presencia en Guerrero.
“Hace algunos años la fuimos a visitar en una época de verano. En una de las orillas vimos una ollita de barro con cuarzos, piedras preciosas que yo creo fueron depositadas por los muiscas. Mi hermano la sacó y se la llevó a su casa, pero a los pocos días me contó que no podía dormir por algunas pesadillas; decidió devolver el tesoro a las aguas sagradas de la laguna”.
Diego, el embajador del páramo, también conoce mitos y leyendas de la laguna Verde. “Siempre he vivido en Guerrero, por lo que he escuchado varias historias sobre la laguna que conocí muy niño. Por ejemplo, cuenta la leyenda que en tiempos antiguos nadie podía entrar si no le pedían permiso: si alguien no lo hacía, la laguna se lo comía con sus aguas. Unas personas dicen que es un brazo del mar porque no tiene fondo; ningún experto ha dado con el dato”.
Esta laguna cambia de color con mucha frencuencia, pasando de café a azul y verde. “Los campesinos más antiguos aseguran que esto está relacionado con su estado de ánimo o las intenciones que tienen las personas cuando la visitan. Si solo quieren apreciar su belleza, se pinta de azul como el mar, pero si la energía es negativa, se torna café”, dice Diego.
Este joven de cachetes colorados y cabello rubio está dedicado de lleno a proteger el páramo que lo ha visto crecer, el cual ha visto palidecer. “Ya no se ve el oso de anteojos y otras especies emblemáticas de las tierras paramunas. Por eso decidí hacer algo con ayuda de las comunidades para evitar que perdamos este tesoro”.
Con varias personas de la vereda Llano Grande, Diego construyó un vivero para propagar plantas nativas, como las tres clases de frailejones que hay en este ecosistema. “Las sembramos en las zonas que fueron afectadas por la agricultura o la proliferación de pinos. Mi aporte a Guerrero es reverdecerlo, cuidar sus animales y respetar su historia ancestral, además de educar a las comunidades para que se apropien del páramo”.
La laguna Verde tiene en el guardabosque de Tausa un gran aliado. Miguel Ángel recorre la zona todas las semanas para verificar que nadie ingrese al sitio sagrado en motos o vehículos o que hagan fogatas en sus alrededores.
“Mi labor es garantizar que los turistas no degraden esta laguna mágica rodeada por más de 100 hectáreas de humedales, y sus áreas paramunas. He encontrado varias personas haciendo quemas en la zona, una tragedia que atenta contra el hogar de curíes, águilas y borugos. En Guerrero está el futuro de las aguas de la región”.
Campesinos verdes
Se estima que dentro del páramo de Guerrero habitan aproximadamente 4.300 campesinos, una población que ha sobrevivido de los cultivos de papa, arveja, cebolla, habichuela y fresa, además de la producción ganadera.
María Elena Pulido, nativa de la vereda El Pantano en Subachoque, es una de ellas. “Toda mi familia nació y creció en esta zona paramuna, por lo cual el trabajo de la tierra ha pasado de generación en generación. Antes se araba la tierra con bueyes para cultivar la papa, técnica que con el paso del tiempo desapareció por la llegada de los tractores”.
Con las bondades del campo, esta campesina sacó a sus dos hijas adelante. Pero en 2015, cuando empezó a participar en la junta de acción comunal de la vereda, comprendió que debía hacer un cambio en la producción agrícola porque estaba causando impactos en el páramo de Guerrero.
“Con un grupo de 11 personas de la vereda reflexionamos sobre si en esta zona solo podíamos cultivar papa o criar ganado. Un ingeniero que llegó a la zona nos asesoró para construir huertas experimentales pequeñas con hortalizas como lechugas, pero de una forma totalmente orgánica; es decir sin químicos”.
Los dueños de la finca El Recuerdo se reunieron con estos campesinos y les propusieron constituirse como una asociación. “Hacia 2017, los 11 socios creamos la Asociación de Productores Agroecológicos del Pantano de Arce (Asoarce). Doña Margarita, la dueña de la finca, nos destinó varios de sus terrenos para producir de una manera orgánica”.
Con abono y sin aplicar ningún químico, los campesinos de Asoarce empezaron a cultivar una gran cantidad de coles, coliflores, lechugas y brócolis. “Pero llegó el cuello de botella: la comercialización. Como no contábamos con la acreditación de productos orgánicos, no podíamos venderlos en los grandes almacenes. Nuestras únicas salidas eran los mercados locales de Subachoque y algunos domicilios a conocidos en Bogotá”.
Margarita, la propietaria de la finca donde los campesinos cultivaban gran parte de los productos orgánicos, creó la empresa Páramo Snacks y les dio una oportunidad a la asociación. “En 2019 empezamos a trabajar en una siembra por contrato para tres productos, pero nosotros ya superábamos los 30”.
Asoarce empezó a hacerse notar en la región, lo que dio paso a nuevos convenios con entidades como la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), a través del proyecto de Negocios Verdes, y la Gobernación del departamento.
“La CAR nos ayudó a consolidar un semillero de plantas nativas, una nueva opción para ampliar nuestro negocio ambiental. Por su parte, a través de la junta de acción comunal, firmamos un convenio con la Secretaría de Ambiente de la Gobernación para poder certificarnos como orgánicos, un hito que logramos hace un año con una certificadora”.
Cerca de 50 productos de estos campesinos ya cuentan con el sello orgánico, además de una luz verde para poder exportarlos a los Estados Unidos. “Una empresa muy reconocida en el país de productos orgánicos nos contactó y ya tenemos un convenio para producir ocho productos en grandes cantidades”.
MiPáramo Guerrero
Pero Asoarce no contaba con recursos o insumos para producir de una manera masiva sus cultivos orgánicos. El panorama mejoró este año cuando llegó a Guerrero el programa MiPáramo, una alianza de diferentes entidades públicas y privadas como Bavaria que trabaja con las comunidades para el desarrollo de actividades de conservación, restauración y apoyo a la producción sostenible.
“Como nosotros trabajamos en la conservación y producción sostenible, MiPáramo decidió ayudarnos con varios insumos para mejorar nuestro paquete tecnológico y así producir mayores cantidades. También nos dio árboles bebés para nuestra iniciativa ‘Semilla de vida’, donde nuestros hijos cuidan en viveros las plántulas nativas para luego venderlas en la zona”.
Según Irina Narváez, directora de MiPáramo Guerrero, este año se realizará una prueba piloto con 100 familias campesinas de Subachoque, Zipaquirá y Tausa para mejorar la producción agropecuaria a cambio de conservar 250 hectáreas de bosque altoandino y restaurar 40 hectáreas.
“Actualmente estamos en la etapa de socialización con la comunidad, un trabajo que ha mostrado que los campesinos y las entidades de la zona quieren trabajar en la conservación ambiental del páramo de Guerrero. Tienen claro que el agua es sumamente importante y que sin ella no hay producción ni futuro”, afirma Narváez.
Uno de los primeros grupos comunitarios que aceptó ser parte del programa fue Asoarce, por lo cual María Elena apoya el proceso de socialización con sus vecinos. “En cada una de las fincas que participen realizaremos una caracterización predial para identificar las zonas que deben ser conservadas y restauradas y así mantener el recurso hídrico en la región”, menciona la directora del programa.
Alicia Lozano, líder de sostenibilidad de Bavaria, informó que, para el programa MiPáramo la empresa cervecera ha destinado cerca de 10.000 millones de pesos a través de la marca Agua Zalva con el objetivo de trabajar en la producción sostenible con los campesinos del páramo de Santurbán, donde trabaja desde 2017, y ahora en Guerrero.
“Por cada botella de Agua Zalva que compran los ciudadanos, se destinan recursos para proteger un metro cuadrado de bosque andino, un sitio donde inicia el páramo. Ese es el mecanismo que nos permite tener una permanencia para seguir con estas iniciativas que protegen dos de nuestras mayores reservas de agua en el país: Santurbán y Guerrero”, dijo Lozano.
En Santurbán, MiPáramo ha logrado proteger más de 6.000 hectáreas de bosque andino, beneficiando a más de 1.200 familias de la región con opciones productivas sostenibles y sembrado más de 260.000 árboles.