La colombiana Ingrid Quintero fusiona estrategia de negocios con conciencia e impacto social
Ingrid Johana Quintero aprendió a mirar el mercado como quien camina por un barrio que conoce de memoria: con atención, con afecto y con una cuota de rebeldía frente a lo que “siempre ha sido así”
La colombiana Ingrid Quintero fusiona estrategia de negocios con conciencia e impacto social
Desde sus primeros años como profesional se entrenó en un gesto simple, pero inusual: observar. En esa observación constante identificó necesidades no atendidas y, sobre todo, un capital invisible que no aparece en las hojas de cálculo: talento, resiliencia y ganas de progresar. Allí, entre carencias materiales y abundancia de capacidad humana, nació su vocación por los negocios y se consolidó una idea que hoy vertebra su carrera: la rentabilidad y el impacto social no compiten, se potencian cuando se trabajan con método.
Su formación jurídica no fue un punto de partida cualquiera. Derecho Comercial le dio lenguaje, marcos y estructura para comprender cómo funcionan de verdad las empresas: contratos que protegen, gobierno corporativo que ordena, operaciones que se escalan o se ahogan según su diseño. Pero ese andamiaje técnico solo cobró sentido cuando lo llevó a la calle. Al involucrarse en todas las etapas de construcción de negocios —propios y de otros emprendedores— entendió que la estrategia no se aprende únicamente en los libros; se destila en la práctica. Validar un concepto, confrontarlo con el mercado, ajustar la propuesta de valor, estandarizar procesos y medir: ese ciclo, repetido una y otra vez, fue afinando su método.
Esa escuela de la realidad se hizo más nítida cuando empezó a trabajar con mujeres que tenían una idea inicial y no sabían por dónde convertirla en negocio. La experiencia en The Women Col le puso nombre a un fenómeno silencioso: la brecha no siempre está en el talento, muchas veces está en la falta de estructura y en la ausencia de acompañamiento. Al diseñar rutas de validación, modelar propuestas sostenibles y crear redes de apoyo, Quintero comprobó que el crecimiento no depende de trabajar más horas, sino de trabajar mejor: claridad estratégica, operaciones simples, decisiones informadas y disciplina financiera.
Su carácter pedagógico apareció casi sin proponérselo. Descubrió que disfruta traducir lo complejo en procesos aplicables y que la educación es una palanca poderosa para democratizar oportunidades. Ese impulso la llevó a escribir y a crear materiales que aterrizan la estrategia a un lenguaje cotidiano, sin mística innecesaria. En su propuesta educativa no hay épica de “todo es posible si te esfuerzas”, hay método: posicionamiento claro, modelación de ingresos, control de costos, diseño de procesos y métricas que guían, no que castigan. Lo resume con una frase que repite a menudo: no enseña a emprender más, enseña a emprender mejor.
Su trayectoria también cruza por el sector público, donde aprendió el valor de la articulación. En el Congreso de la República de Colombia participó en mesas de trabajo con actores del gobierno, la academia y el sector productivo. Ese cruce de miradas le dejó una convicción: las soluciones de largo aliento nacen cuando la técnica, la política pública y la realidad empresarial conversan. Esa capacidad de tender puentes se convirtió en una marca de su trabajo: aproximarse a los problemas con rigor legal y visión de negocio, pero sin perder el foco humano.
Con el tiempo, su brújula profesional fue girando hacia la innovación social. No como slogan, sino como práctica: diseñar modelos que sean sostenibles en números, transparentes en su operación y escalables en su alcance. En ese enfoque, la legalidad no es un formalismo; es un habilitador que protege, ordena y abre puertas. Integrar lo jurídico a la estrategia de negocios le permitió crear herramientas que resisten el día a día: contratos que cuidan relaciones, estructuras societarias que soportan el crecimiento, modelos de gobernanza que previenen crisis y procedimientos que hacen posible replicar lo que funciona.
Su mudanza a Estados Unidos fue el siguiente ensayo de su propia tesis. En un entorno nuevo y exigente, Quintero convirtió su experiencia en una plataforma para otros. Así nació Beat the Bar, un proyecto pensado para acompañar a abogados extranjeros que sueñan con ejercer en el país y no saben por dónde empezar. La iniciativa responde a una pregunta concreta: ¿cómo se transforma un camino confuso y solitario en una ruta clara y acompañada? La respuesta combina tres capas: conocimiento técnico sobre procesos de homologación y licenciamiento, comunidad con mentores y pares que acortan la curva de aprendizaje, y una cultura de pertenencia que recuerda que internacionalizarse no es borrar la identidad, sino llevarla a jugar en otra liga. Beat the Bar no es solo preparación para un examen; es una arquitectura de transición profesional que sostiene mientras el abogado reconstruye su identidad en un nuevo sistema.
En paralelo, su trabajo con emprendedores siguió madurando. Quintero empezó a documentar lo que funcionaba, a sistematizar aprendizajes y a convertir la experiencia en un método replicable. Allí apareció su propuesta editorial: una guía directa para quienes quieren dar el salto del autoempleo a la empresa. El libro destila su postura con claridad: la motivación enciende, pero la claridad sostiene. Ordenar la oferta, elegir un modelo de ingresos coherente, entender costos, diseñar procesos que no dependan del dueño y medir con honestidad son pasos que cualquier negocio, por pequeño que sea, puede aplicar.
En sus conferencias, el tono es el mismo. No hay discursos de perfección, hay relatos de ensayo y error, de crisis y recomienzos, de decisiones difíciles y aprendizajes que solo llegan cuando se mira de frente lo que no está funcionando. El storytelling nace de la vida real y se usa para abrir conversaciones incómodas y útiles: el agotamiento que produce un negocio sin procesos, la culpa de delegar tarde, la resistencia a medir, el miedo a crecer y perder control. Quintero no minimiza esos obstáculos; los nombra y los convierte en plan de acción.
Su diferenciador frente a colegas del mundo de la estrategia está en la combinación entre estructura y sensibilidad. Habla desde la práctica de crear y sostener negocios, y desde la empatía con quien lleva meses apagando incendios. Por eso su acompañamiento es cercano, honesto y aplicable: no propone fórmulas genéricas, se sienta a entender el contexto y a diseñar un camino que el equipo pueda ejecutar desde el día uno. Rentabilidad e impacto caminan juntos en su modelo. Para ella, empresa consciente no es sinónimo de empresa pequeña ni de filantropía; es sinónimo de decisiones coherentes que crean valor económico y social a la vez.
El tema de la comunidad atraviesa toda su obra. Desde sus primeras experiencias profesionales hasta los proyectos actuales, Quintero insiste en que las redes intencionales multiplican resultados. No es un eslogan de pertenencia; es un diseño operativo que convierte el acompañamiento entre pares en un activo: compartir rutas, estandarizar buenas prácticas, documentar errores, abrir puertas a proveedores confiables y generar oportunidades cruzadas. Esa cultura de comunidad se ve en los espacios que construye, en la forma de trabajo con clientes y en el impulso a que las personas no emprendan desde el aislamiento.
Hoy su agenda combina frentes que dialogan: crecimiento de Beat the Bar como ecosistema de aprendizaje y networking para la diáspora legal; desarrollo de programas de mentoría que ayudan a profesionales a convertir su conocimiento en líneas de negocio claras; y producción de contenidos educativos —incluidas herramientas prácticas de inteligencia artificial para pequeños negocios— que bajan a tierra conceptos que suelen quedarse en la jerga. Todo con una meta simple: menos ruido, más claridad; menos mística, más método.
Ingresa al grupo de alertas de Caracol Radio Cartagena
Si algo define a Ingrid Quintero es la coherencia entre discurso y práctica. Su carrera es la demostración de que se puede construir empresa con rigor y, al mismo tiempo, ampliar el acceso a oportunidades reales. Observó, diseñó, se equivocó, corrigió y convirtió ese recorrido en un servicio que hoy cruza fronteras. En su voz, la estrategia no es un lujo corporativo, es una herramienta de movilidad social y su trabajo deja una certeza incómoda y estimulante a la vez: cuando se ordena el propósito con estructura, el impacto deja de ser promesa y se vuelve resultado.