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Pablo y la masacre de Oporto

Oporto: la discoteca de clase media-alta de Envigado donde encapuchados descargaron sus metrallas en todas direcciones.

Pablo y la masacre de Oporto

Cuando la selección Colombia quedó eliminada en el Mundial del 90, Camilo Jaramillo, entonces de 21 años, y sus amigos de la Universidad Eafit estaban en la avenida 70. Los ánimos de comienzos del día, ese 23 de junio de 1990, se vinieron abajo al ver que la nómina de la tricolor no pudo remontar el dos por uno con la selección de Camerún

Camilo y Lucas, junto a sus otros dos amigos, desanimados, decidieron -luego de devorar una pizza, en un restaurante- aliviar su desazón en Oporto: la discoteca de clase media-alta, instalada en Envigado, y un lugar donde además, mejor sonaban esos clásicos de los años 80, “donde mejor se podía escuchar la música al calor de unos traguitos”

“Llegamos y pedimos una media de guaro. Habíamos llegado con una amiga mía y el calor apenas aumentaba. Eran como las 9:30 de la noche y nos tomamos uno o dos tragos. Me fui a la barra de la disco, a pedir una música, y fue entonces cuando sentí la balacera afuera, en el parqueadero”, recuerda Camilo lo sucedido aquella noche

En diálogo con Caracol Radio, recordó que hombres encapuchados invadieron el lugar, coparon todos los espacios, adentro y afuera. Juan Diego, el hijo del dueño de la discoteca, un muchacho de 19 años, les abrió a los que estaban adentro para que salieran por la puerta de atrás. Camilo fue el último en atravesar esa puerta. “Menos mal fui el último porque cuando Juan abrió ya había un tipo apuntándonos desde afuera. Salimos y noté que los tipos, nos habían separado de las mujeres, que, asustadas, estaban a un costado de la discoteca. A los primeros que salieron los golpearon, y a mí me apuntaron y me obligaron como a los demás a tirarme al suelo”, añade en su relato

Sin meditarlo mucho, los encapuchados, dirigidos por un hombre de aspecto mayor, y estaba enfundado en una ruana, descargaron sus metrallas en todas las direcciones, especialmente hacia el suelo, donde 28 hombres yacía boca abajo

“Recuerdo que sentí que me moría, que ellos venían a matarnos y eso hicieron: descargaron sus proveedores y ahí me acordé de todas las oraciones que me sabía”, rememora Camilo. El primer tiro le entró por el brazo y le salió por el antebrazo. Camilo no lo sintió. Cuando los tipos llegaron a rematarlo le pegaron el otro tiro en el pecho. Camilo tampoco lo sintió. La adrenalina le invadía el cuerpo y los impactos de bala los asumió como patadas en el cuerpo

“Ya tenía otro tiro y ni lo había sentido. Me entró por la espalda y se me quedó en la columna, todavía lo tengo. Sentía como patadas. El tipo cuando me da el último tiro, me empieza a pegar con la cacha de la pistola en la cabeza, y ahí cerré los ojos. Cuando lo hice el tipo grito: ¡vámonos que este gordito ya se fue!”, dice el sobreviviente sobre esos dramáticos momentos, lo que dice haber vivido como se ve una película en cámara lenta

Los asesinos, al parecer fueron enviados por el capo del narcotráfico Pablo Escobar, con la orden de liquidar solo a los hombres que estuvieran allí, tal vez por una vendetta o por mantener o acrecentar el régimen de terror en la ciudad y el país.-Veinticinco 25 muertos dejó el ataque de ese día: jóvenes, adultos y ancianos. A todos les tocó morirse en una guerra absurda que los involucró como víctimas, sin haber tenido nada que ver con ella

“Luego todo fue silencio – agrega Camilo – los tipos se largaron, y yo en el suelo sin saber nada, sentí un pito terrible en los oídos que estaban aún aturdidos por las balas. Recuerdo luego el sonido de las hojas de pino que rodeaban la discoteca, sonidos que me recordaron que estaba vivo, pero supe que ese otro silencio era de muerte”

Camilo se levantó del suelo y notó que estaba empapado en sangre, pero no sentía dolor. Vio a Lucas y a los demás compañeros tirados en el suelo, muertos. Y corrió. Se fue hasta su carro y fue ahí cuando llegó la Policía. “Ellos me apuntaron y yo les dije que ya para qué, que los asesinos se habían largado”

En la clínica, Camilo recapitulaba esos instantes, y hoy en día, con 44 años, desgrana recuerdos como si fuera ayer, como apoyo a las terapias que hizo para recuperar la movilidad en el brazo derecho que le quedó casi destrozado, y que hoy mueve con dificultad

“No era mi día, el de arriba no me necesitaba todavía. Supe que sobrevivimos cuatro. Me da tristeza pensar cómo sería la vida con mis amigos vivos. A los tipos esos o a quien los haya mandado ya nos los odio, solo me gustaría preguntarles por qué hicieron eso, qué tenía contra nosotros”, confesó

Versiones posteriores, indicaron que los culpables de la masacre eran policías, otros afirmaron que era la gente del patrón, otros que la guerrilla…, indicios que nunca esclarecieron quiénes y por qué lo hicieron

“Pablo fue el símbolo del miedo en la época. Si fue él el culpable, logró su cometido: ya nadie en Medellín o Envigado podía salir después de las 8 de la noche, cosa que facilita cuidar las ciudades. Pienso que es un resultado que le servía a la Policía y a los criminales”, añadió

Sobre el hecho, Camilo afirma nunca haber llorado. Recuerda a sus compañeros de la época con tristeza, recuerda la época de sangre, y recuerda haber perdido en ese año 7 amigos más a manos de la delincuencia

“Ahora me sorprende el modo de pensar de la época, es decir, no era raro escuchar en los noticieros que hubo 25 muertos ese día, era lo normal. Qué tristeza. Hoy en día luego de 20 años sin el capo, la cosa es la misma solo que hay menos muertos, pero sigue el legado de Pablo, y más si los canales nacionales se encargan de hacerle homenaje a estos asesinos que nos hicieron tanto daño”, remató Camilo estos recuerdos en diálogo con Caracol Radio.

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