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EDITORIAL

Metro de babas

Nuestro metro no debería ser Diesel ni eléctrico. Funcionaría perfecto a punta de babas.

Metro de babas

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Tengo que entender a gran parte de la audiencia que siente ganas de apagar el radio cada vez que tocamos el asunto del presente, si es que existe, y futuro, si es que existe, del metro de Bogotá.

El malestar es de dos tipos. El uno, el de esa inmensa Colombia que no es Bogotá y a la que le tiene sin cuidado este dolor de cabeza centralista, cuando en sus regiones no solo no hay metro, sino que no hay agua, no hay electricidad, no hay educación, no hay carreteras, no hay seguridad… en suma, no hay Estado.

El otro malestar es el de los habitantes de Bogotá, que llevan décadas siendo manoseados por los políticos de turno, muchos de ellos convertidos en alcaldes, y expertos en construir metros en la estratósfera, en la cuarta dimensión, en el Nirvana, en la quinta porra, en el éter, en esa Luna que tiene casi tantos cráteres como las calles de la Atenas Suramericana.

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Es casi cosa de orates, sobre todo en época electoral, ver pasar de un lado para otro docenas de proyectos sólidos de líneas subterráneas o elevadas que se deshacen en cuestión de semanas.

Hernando Durán Dussán se animó a abrir licitación. Julio César Sánchez se soñó un metro ligero que iría por la línea del ferrocarril. Andrés Pastrana estaba atento de las propuestas de construcción de las empresas italianas. Juan Martín Caicedo tenía cierto optimismo tecnológico que animó a la gente. Jaime Castro dio vida a una empresa para construir el metro. Samuel Moreno estaba plenamente convencido de la viabilidad de la primera línea. Clara López habló fugazmente con el gobierno nacional. Gustavo Petro aun dice que lo dejó a punto y ahora lo promete para su candidato con desarrollos en una eventual presidencia. Enrique Peñalosa, que lo veía como un lujo, algo accesorio y suntuario, nos invita a montarlo, por aquello de que nos encanta ensillar las bestias antes de tenerlas.

Nuestro metro no debería ser Diesel ni eléctrico. Funcionaría perfecto a punta de babas. Para los bogotanos, y para el resto de los colombianos, lo que pasa con el metro es el ejemplo palpitante de que este país se mueve pero no avanza; la prueba de que aquí votamos por vagos que no traen los vagones.

Sigan manipulándonos con el metro, sigan prometiendo para defraudar, sigan pagando estudios que terminan en el Doña Juana, sigan haciendo de las obras indispensables repugnante arma de contienda política. Bien pueda sigan mintiendo y robando.

 

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