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El árbol de caucho y lo cartagenero

Columna de opinión de Fredy Antonio Machado López

El árbol de caucho y lo cartagenero

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Cartagena de Indias

Los símbolos tienen la potestad de mostrar y representar una imagen que define un concepto a manera de relación de correspondencia. El ejemplo más elocuente del momento es una paloma blanca pues es universalmente aceptada como símbolo de la Paz.

Esa imagen, que se asemeja a un emblema, debe tener la capacidad de conectarnos con un feliz hallazgo. Los caricaturistas y publicistas lo saben y lo usan con frecuencia.

Y, si se hace el ejercicio, cuando uno piensa en Cartagena, automáticamente, lo relacionamos con playa, brisa y mar. Pero también, con Murallas, La Popa, el Castillo de San Felipe y hasta las típicas Palenqueras.

Y existen otros patrimonios que son de la esencia de Cartagena: la Kola Román, el Menticol, la bola de tamarindo, el vendedor de raspao, las carretas de “cuadra y pide”, los coches y las mariamulatas.

En esta oportunidad he venido a hablarles de uno de esos símbolos que con mucha frecuencia pasan desapercibido y por ello, en ocasiones, no los incluimos en el inventario de lo cartagenero pero que tienen esa misma connotación y lo mejor, nos saben e identifican con la fantástica.

Ese símbolo es: el árbol de caucho. Un árbol frondoso, de fruto pequeño, carnoso y de color rojo oscuro y en sus copas anidan las mariamulatas.

Su sombra es deliciosa y el caucho con más renombre -un referente- es el famoso “Palito de Caucho” en el centro de la ciudad en cercanías a la Torre del Reloj, otro símbolo importante del Corralito de Piedra.

Ese caucho original, en una remodelación de las losas adyacentes, murió y su muerte conmocionó a la ciudad a finales del siglo pasado. Entonces se hizo necesario trasplantar un caucho joven que hoy ya muestra su imponencia.

En efecto, al morir el Palito de Caucho, Rafael Vergara, para la época Director del antiguo Damarena, inteligentemente, con su magia y visión de ecologista, resolvió el insuceso plantando un nuevo árbol de caucho, en una especie de recambio generacional.

Los árboles de caucho de un tiempo para acá, gozan de la fama negativa de que sus raíces estropean la estructura de las viviendas cercanas y que, por ser tan frondosos, se les cierran sus espacios.

Sombras deliciosas como la de los cauchos en la Ermita del Pie de la Popa, las del Parque contiguo a la entrada de la Escuela Naval en el Bosque. Las del antiguo Club Campestre y Colegio San Carlos en lo que hoy es el barrio El Campestre. También abundan los Cauchos en Bocagrande, Castillogrande y en las Islas.

Como árbol representativo de la ciudad, la Alcaldía debería crear un parque al estilo del espíritu del Manglar para rescatar la jerarquía y majestuosidad de una especie tan cara a los cartageneros.

Un excéntrico bosque de cauchos sería un buen pretexto para un homenaje a lo raizal pues el Palito de Caucho es un concepto que como las Botas Viejas -otro símbolo- nos unen a la Cartagena de los abuelos. El Caucho es de los nuestro y siempre ha echado raíces en nuestro suelo.

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