Salud y bienestar

Arréglese

Una reflexión a propósito del boom de cirugías estéticas mal hechas.

“Arréglese” fue la orden, petición y promesa de los cirujanos plásticos que atendieron a las nueve mujeres que la semana pasada posaron para un reportaje gráfico realizado por El Espectador, acerca de las cicatrices y malformaciones que cirujanos inescrupulosos dejaron en sus cuerpos, así como sobre la urgencia de regular el ejercicio de la cirugía plástica en el país, pues pese a ser una práctica dramáticamente extendida con resultados incluso mortales, hasta la fecha nada impide que cualquiera con un curso de seis meses haga de la idea perversa de que las mujeres necesitamos arreglos, un lucrativo negocio.

Tan convencidas estaban las mujeres del reportaje de que algo en ellas estaba mal, que confiaron su salud y su dinero a hombres que trabajaban en sitios poco confiables, que las atendían con “un tufo horrible”, sin abrirles historia clínica o que pasaban de acceder a realizar una liposucción a sugerir otros “arreglos” tales como rinoplastia, mentón postizo, senos, hilos en la cadera, hilos de levantamiento de cejas, procedimientos que las pacientes ni siquiera tenían en mente hacerse pues no habían pensado que esas partes de su cuerpo también necesitaran “arreglo”

“Fui sólo para corregirme el abdomen” asegura una, “me decían que tenía una cara muy bonita para ser tan gorda”, agrega otra, y una más afirma haber buscado la cirugía de senos “porque no me gustaba la forma de los míos”

Todas estaban convencidas de estar “dañadas” de una u otra manera, y todas creyeron en esa mirada ajena, mirada de hombre que les dijo que había muchas otras cosas más por arreglar.

“Arréglese” es una orden que las mujeres nos acostumbramos a escuchar desde muy pequeñas no solo de nuestros padres, nuestras profesoras, hermanos y amigas, sino incluso de perfectos desconocidos que están tan convencidos de que estamos dañadas, que asumen como lo más normal eso de sugerirnos la manera de volver a quedar en orden. Recuerdo un oncólogo al que no le pareció extraño ofrecerme sus servicios como cirujano para ponerme implantes de senos y dejarme “más linda”, en medio de una consulta en la que mi preocupación era la posibilidad de tener cáncer, así como una mujer con la que recién empezaba a trabajar y que de la nada me ofreció una crema “buenísima para quitar las pecas”, porque claro, para ella era lógico que yo quisiera salir de ellas. A una amiga un ginecólogo le ofreció una cirugía de labios vaginales y a otra se le acercó la mamá de una compañera de colegio a preguntarle porque todavía no se había puesto senos, asumiendo que claro, ella debía anhelar tenerlos más grandes.

Todos así como si nada, porque claro, es que las mujeres estamos rotas, a medio hacer o mal hechas. Todo el mundo lo sabe y cualquiera –titulado o no– puede adjudicarse el poder de intentar resolverlo.

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