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El Fantasma de Collor de Mello

En el gobierno de Dilma Rousef siguen las irregularidades y el pueblo quiere la renuncia de la mandataria.

La población se encuentra en desacuerdo con los procesos del gobierno Rousef.

La población se encuentra en desacuerdo con los procesos del gobierno Rousef. (EFE)

Bogotá

En Septiembre de 1992, tras masivas manifestaciones en su contra lideradas por los estudiantes “carapintadas”, un ambiente crispado por la hiperinflación y una investigación por corrupción generalizada denunciada por su propio hermano Pedro, el presidente de Brasil Fernando Collor de Melo, renunciaba a la primera magistratura tras sólo dos años en el poder.

Poco más de dos décadas han transcurrido y Brasil enfrenta una vez más la posibilidad que su primera mandataria Dilma Rousef, en su segundo periodo constitucional, deba abandonar el cargo por las protestas masivas en su contra, las investigaciones por corrupción centradas como antaño en la petrolera estatal Petrobras, la perene crisis económica de este gigante que nunca despega y la falta de confianza en las instituciones. La aprobación a la gestión de la presidente, apenas medio año en su segundo mandato está en un dígito y el teflón que protegía a su antecesor y mentor, Luis Inacio Lula da Silva se ha quebrado con las acusaciones en su contra de haber orquestado la corrupción para favorecer a su partido de los trabajadores. Lula ni corto ni perezoso, sacando una página de su vecino bolivariano acusó a Estados Unidos de responsabilidad en la crisis económica.

Hasta ahora Dilma no ha sido involucrada directamente en las investigaciones judiciales por el caso Lava Jato, en el que más de 2 mil millones de dólares desaparecieron de las arcas de la petrolera. Se sospecha que parte entró a la campaña de la reelección de Dilma, mientras que el resto se sabe a ciencia cierta, llegó a los bolsillos de encumbrados funcionarios y empresarios. La situación de Dilma es tan precaria que ha perdido apoyo en el parlamento y el expresidente Fernando Henrique Cardozo le “sugirió” que renuncie, por el bien de la nación. La economía sufre una inflación anual del 10% y se encuentra en plena recesión con una caída estimada del 2% en 2015 y según datos del banco central la contracción seguirá hasta mediados del 2016.

La crisis brasileña hace parte de un entorno regional en el que gobernantes de ideología socialista, la triada de Dilma, Cristina y Bachelet, todas en su segundo mandato, enfrenta serias crisis de gobernabilidad causadas por la doble espada de una economía estancada y corrupción desbordada, además de altas expectativas de segundos mandatos que rara vez se cumplen. Cristina ya de salida, deja al país sumido en una profunda crisis económica, política e institucional y busca a toda costa que su sucesor designado a dedo, Daniel Scioli gane las elecciones presidenciales para evitar, entre otras, investigaciones sobre el crecimiento masivo de su fortuna familiar durante los años en el poder de ella y su marido o sobre el extraño memorando firmado con Irán por el atentado terrorista contra la AMIA. A Michelle Bachelet, comenzando mandato hace poco más de un año, le cayó un caso de corrupción que involucraba a su familia y a su hijo lo cual causó el desplome de su aceptación y podría significar casi un golpe de gracia en Chile, país no conocido por la corrupción de sus gobernantes y con una de las más altas fortalezas institucionales del continente.

El escenario para Brasil es de incertidumbre. Tres años y medio le faltan a Dilma quien suponiendo concluye su mandato, lo haría con una gobernabilidad muy limitada. Si Dilma no renuncia y por ahora no parece que vaya a hacerlo, podría ser sacada por el congreso que aún no parece tener las mayorías para aprobar un “Impeachment”. En caso de salir Dilma de Planalto antes del 2108, el primer cargo de la nación lo asume su vicepresidente Michel Temer del partido Movimiento Democrático lo que de todas formas generaría una grave crisis institucional y el remedio podría ser peor que la enfermedad.

Algún antropólogo, sociólogo o psicólogo algún día podrá quizás explicar por qué Brasil siempre será esa potencia del futuro, estatus que sin embargo nunca logra alcanzar.

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