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La Luciérnaga: La apuesta que la guachafita le ganó al fútbol (IV)

Pasó la emergencia eléctrica y los registros de audiencia se encargaron de consolidar el programa, lo mejor que dejó el gobierno de Gaviria, decía una frase cargada de acidez.

La Luciérnaga: La apuesta que la guachafita le ganó al fútbol (IV)

De a poco Hernán Peláez fue despojándose del miedo escénico a la universalidad. Para aquel paso del doctor Peláez del fútbol al doctor Peláez de un programa generalista le empezó a bastar su reconocido olfato de radiodifusor y su carisma al aire. Y su oído. Con esa dotación personal, Peláez empezó a construir el concepto de La Luciérnaga con el componente vital de la improvisación, pero con bastiones que empezó a sumar: humor-música- noticias. Y, dueño de buena memoria y de generosidad, Peláez recuerda ahora, veinte años de consagración después, que para fabricar aquel menú luciérnago tomó ingredientes de lo que hacía años antes Yamid Amat en Caracol, cuando transformaba el programa 6pm-9pm de los viernes en un revoltijo de noticias con mamadera de gallo. A manera de inauguración de los fines de semana, Amat se metía a la cabina a joder. Y le ayudaban Juan Harvey Caicedo, quien para hablar como hablan los opitas se hacía llamar Serafín y cuando imitaba a un español le decían Juanetillo. Desde Caracol en Pereira salían las voces igualitas del futbolista Willington Ortíz y de los dirigentes deportivos Alfonso Senior y León Londoño, hechas por Guillermo Díaz Salamanca quien empezaba así a hacer su debut en sociedad desde aquel espacio aún marginal, y comenzaba también a oírse en la radio el trove-trove compañero porque Yamid Amat le ponía música maestro los viernes a ese espacio con Jorge Carrasquilla y Miguel Ángel Zuluaga desde Medellín. Aquello no prosperó, pero arrojó ideas como las que Hernán Peláez recogió después para consolidar el contenido de La Luciérnaga, y sirvió también para surtir el inmenso anecdotario radial, compuesto por historias y leyendas. Una de ella —más historia que leyenda—cuenta que el desgarbo al que Yamid Amat llevaba los viernes a las noticias de Caracol no era del gusto de Julio Mario Santo Domingo, según decía Augusto López Valencia, quien era el presidente de cervecería Bavaria y a quien el lenguaje periodístico llamaba «el hombre fuerte del Grupo Santo Domingo», propietario entonces de la Cadena Caracol. Que no le gustaba esa guachafita, que eso no era para una cadena tan seria como Caracol. Y Yamid que sí. Que ese espacio era un éxito. La manera de dirimir la discrepancia era la que imaginan: una encuesta y detrás de ella una apuesta. Ambas las ganó el periodista. La Luciérnaga prosperó tanto que superó el tiempo efímero del apagón para el cual supuestamente fue creada. Desde aquel arranque blanco, cándido incluso, el programa se había dejado crecer las uñas y había comenzado a rascar la actualidad social y política en lo que para muchos colombianos significaba la resurrección del humor en la radio y para otros el nacimiento de ese género

*Tomado del libro “La Luciérnaga 20 años de humor y realidad”. Editorial Aguilar

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