Fútbol

El Zidane eterno expulsa a los dioses menores

La mejor versión del genio Zinedine Zidane, desgranando con melancólica parsimonia la cuenta atrás hacia su ocaso definitivo, expulsó del Mundial a la caterva de dioses menores brasileños que no acertaron a plasmar sobre el terreno la supuesta excelencia de su juego

La mejor versión del genio Zinedine Zidane, desgranando con melancólica parsimonia la cuenta atrás hacia su ocaso definitivo, expulsó del Mundial a la caterva de dioses menores brasileños que no acertaron a plasmar sobre el terreno la supuesta excelencia de su juego.
La historia volvió a repetirse en Fráncfort. Un equipo -Brasil- empeñado en jubilar a Zidane, como antes lo intentó España, y un "Zizou" enrabietado que contesta con un zarpazo para demostrar a las superestrellas brasileñas que sólo se irá cuando él así lo quiera.
Zidane encarna en sí mismo la expresión del fenómeno que abarca al propio equipo francés: despreciado por viejo al comienzo del Mundial (30 años de promedio), Zizou y la colección de viejas glorias francesas, heridos en su orgullo, apartaron de su camino hacia la final a quienes osaron poner en duda su competencia.
Apenas había transcurrido un minuto de juego y Zidane ya había dejado su firma en el terreno. Sus botas doradas se movieron con elegancia entre seis piernas brasileñas para salir del acoso con el balón en los pies y tres adversarios con un palmo de narices.
Un destello desafiante iluminaba los ojos de Zidane durante la interpretación de los himnos. El desarrollo del juego no hizo sino confirmar que el capitán de los "bleus" estaba en trance, en condiciones de apoyar en una sorprendente fuerza física su técnica exquisita.
Domenech ha encontrado inspiración en el estado de gracia de Zidane: "Tenemos que jugar siempre como si fuera nuestro último partido". Una fórmula magistral para prolongar la estancia de la selección gala en el Mundial y de Zizou entre los genios en activo.
Francia se encuentra ahora en la insólita situación de tener el título a su alcance, ocho años después de haberlo conquistado en casa y al cabo de una larga travesía del desierto que duró todo el Mundial de Corea-Japón 2002 y parte del presente.
"Los hombres viejos siguen aquí", declaró une exultante Raymond Domenech, que ha trocado las críticas más feroces en elogios apasionados a media que el equipo ha sacado "del fondo de las tripas algo que llevaba dentro y que se resistía a salir".
Zidane ha olfateado la presa, la tiene ya a la vista y no quiere detenerse por nada. "Ahora hay que ganar un puesto en la final. No queremos parar. Es todo tan bonito... He disfrutado como nunca", explicó el héroe de Fráncfort.
La campaña para recuperar el orgullo de 1998 tiene un abanderado que tiene encomendada una misión añadida: prolongar hasta el 9 de julio su retirada para tener un adiós digno de su altísimo rango.
"Después de lo que ocurrió en 2002 (Francia, que defendía el título, fue eliminada en primera fase sin marcar un solo gol), tenemos que demostrar que no somos basura", ha dicho el delantero Thierry Henry.
Para Zidane, de 34 años, el Mundial de Alemania constituye un escenario mayestático para entonar el canto del cisne. Fue el héroe de la final de 1998 contra Brasil (3-0 y dos goles suyos) y sigue siéndolo, ocho años después.
Zinedine Yasine Zidane, nacido en Marsella en el seno de una familia de origen argelino, se ha ganado para siempre un puesto en el panteón de dioses del fútbol, junto a los nombres de Alfredo di Stefano, "O rei" Pelé, "El pelusa" Diego Maradona y "El flaco" Johan Cruyff.
Campeón del mundo, de Europa, de la Liga de Campeones, de las ligas italiana y española, Balón de Oro de 1998 y tres veces mejor jugador de la FIFA (1998, 2000 y 2002), Zizou escribe en Alemania el último capítulo de su leyenda.

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