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Cartagena, una mutante inmóvil

Columna de opinión de Orlando Oliveros Acosta

Cartagena, una mutante inmóvil

Cartagena, una mutante inmóvil

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Cartagena de Indias

No hay en Colombia una ciudad más ejemplar que Cartagena para explicar, en la realidad, el vicio cíclico de hacer para deshacer. En la ficción existen ejemplos conocidos como Penélope, de la Odisea, que gastaba largas horas de la mañana tejiendo un sudario que destejía por las noches sólo para volver a empezar su tarea al día siguiente. Una labor semejante hizo Amaranta Buendía en la novela Cien años de soledad: para engañar a la muerte y alargar su tiempo de vida ella cosía en el día una mortaja que descosía por las noches. O el coronel Aureliano Buendía, también inventado por García Márquez, que solía crear pescaditos de oro que luego fundía para tener oro con el cual hacer más pescaditos de oro.

Resulta bastante encantador encontrarse con el arte de hacer para deshacer en la literatura. Allí es entendido como una defensa contra el paso de los años, un recurso circular para demorar el tiempo que precede a lo inevitable. Lo grotesco, lo verdaderamente lastimero, es tropezar con este arte en la vida real, hallarlo afuera de las fronteras de la imaginación narrativa. Entonces se convierte en un vicio y constituye el principal motivo de atraso de cualquier proyecto institucional.

Hoy Cartagena es, por desgracia, la capital colombiana de esta mala costumbre de hacer para deshacer. En un período de siete años, la ciudad ha vivido la mala administración de diez alcaldes que se preocuparon más por desbaratar el Plan de Desarrollo del gobierno anterior que por implementar a cabalidad el suyo. Un estudio reciente de Funcicar reveló que en menos de 30 meses la Alcaldía de Cartagena ha hecho más de 102 cambios en su equipo de gobierno. En dos años y seis meses hemos tenido cuatro secretarios de educación, tres directores de Control Urbano, tres secretarios de hacienda, tres secretarios de infraestructura, cuatro secretarios de planeación, tres tesoreros y tres directores de la Unidad Municipal de Asistencia Agropecuaria (UMATA).

Con tantos cambios uno pensaría que Cartagena está progresando y que su institucionalidad avanza con una rapidez tan inusitada que va reemplazando a sus funcionarios para refrescar la gobernabilidad. Pero no: Cartagena es una mutante inmóvil, una ciudad golpeada por la corrupción que remolca la trágica paradoja de cambiar para no cambiar, de moverse para no moverse de verdad. ¿De qué han servido cuatro secretarios de educación si muchas de las instituciones públicas del Distrito continúan con sus problemas de infraestructura? ¿Cómo hablar de dinamismo si se siguen dando retrasos en la contratación de los servicios de Vigilancia y Aseo para los colegios y persisten las irregularidades en el Plan de Alimentación Escolar?

El informe de Funcicar es preocupante: desde el 2016 han sido tres los directores del IDER y ya se avecinan los Juegos Nacionales que quién sabe cómo quedarán, si seremos la burla del país o el ejemplo de que los milagros sin justificación todavía pueden ocurrir.

Qué suerte tan macabra esta que nos ha tocado. Ni los X-Men querrían una mutante así como Cartagena, cuyo único poder consiste en hacer para deshacer, en cambiar para no cambiar.

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