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La anónima fuerza detrás de Don José, su familia

Su nieto preguntó si era porque iba sin zapatos que no lo dejaron comer en el restaurante.

La anónima fuerza detrás de Don José, su familia

La anónima fuerza detrás de Don José, su familia(Caracol Radio)

Por: María Victoria Caicedo G.

Don José, ¿está preocupado?, (su expresión así lo parecía); No. Me responde sin decir nada más, pero sonríe con sus ojos.

Sin pensarlo este señor de 63 años que, desde que recuerda ha vivido de la voluntad de la gente; recogiendo monedas por cantar, se convirtió casi en una celebridad y aunque en cualquier momento su popularidad le será arrebatada por otra publicación viral, él probablemente jamás olvidará la semana en que tuvo que desconectar su teléfono por el asedio de la prensa.

Para llegar a su casa hay que dejar el carro parqueado en una calle angosta y caminar cuadra abajo, ese día llovía y hacía frio, luego bajar las escaleras que conducen a casas rodeadas de maleza y una quebrada. La de tres pisos es la de don José, él vive en la mitad, arriba uno de sus hijos con su familia, abajo su cuñada, también con la familia.

No se iba a imaginar él, que cantar Mama Vieja de los Visconti en un restaurante de El Poblado, como lo hacía todos los días durante 20 años, le trastornaría los días.

Don José, que gusto conocerlo, me sale a la puerta y nos damos la mano. Soy periodista … Sale su hijo, como toro en faena, y me para en seco. Un momentico, me dice, están equivocados, mi papá no está solo y no pueden seguir disponiendo así de él, no somos oportunistas, añade el muchacho. Don José, me mira y agacha la cabeza, era resignación, no hay duda. Busca y se pone su sombrero.

Probablemente, en sus años de trabajo recibió muchas invitaciones a almorzar, pero solo una trascendió y todo por no poder disponer de una mesa para comerse un corrientazo.

Comprendía la actitud de su hijo… Sentí alivio y pensé: “resulta que don José no está solo”. Y mientras trataba de empezar la entrevista, sale curiosa, por la romería de gente en su puerta a tan tempranas horas de la mañana, su esposa, una señora de baja estatura, pinta de negro sus canas, a ella sí se le oye cuando habla, con don José hay hacer un esfuerzo.

Todos en la entrada de su casa rodeando a su esposo y papá. –Cómo le parece que el nieto lo vio en la televisión y se puso a llorar por su papito, me preguntó: “abuelita, mi papito es que no tenía zapatos y por eso no lo dejaron comer en el restaurante, estaba sin zapatos”. Me cuenta la señora, con un poco de tristeza. Ella si cree que su esposo fue discriminado y le pide a él que diga cómo fueron las cosas. Claramente habla como a mujer que le duele su cónyuge.

Quienes se han sentido identificados con este cantante entrado en años, al que conocen en el centro de Medellín, el Poblado y en su barrio, por su humildad y sencillez, han acertado, don José, es eso, también es prudente, no quiere hacer daño, le preocupa que por defenderlo a él, se vea perjudicado el restaurante aquel.

El ambiente es muy familiar, me dejan ingresar a la casa, nos sentamos en las sillas de madera con cojines de forro en tela roja, el espacio es muy pequeño, a mi derecha está José y a su derecha tiene él un parlante de un metro de alto, creería yo, y sobre nuestras cabezas un televisor de pantalla plana. La cara de un cristo en madera colgado en la pared y una biblia abierta sobre un atril, es lo que adorna la sala.

Valeria Lotero, lo vio cantando Mama Vieja cuando almorzaba con otra persona, y le dijo que se sentara a comer, ella pagaba. Minutos después esta mujer grababa la escena que le dio la vuelta al país en unas pocas horas.

Debo agilizar la entrevista porque en unos minutos vienen a recogerlo, se lo llevan a grabar un disco. Y en efecto llegan por él, pero, otra vez, como toro en faena, sale su hijo y ahí queda la cosa. Don José no se pudo ir a grabar nada y el señor sale de la casa hablando por celular, “que no, que ya no quiere grabar”, y se va.

Me dice que no comprende la situación, “no sé por qué la muchacha se puso a llorar, yo soy amigo de la señora del restaurante, ahí siempre me dejan cantar, yo no entendía nada”.

Es cierto, él no comprende que pasa, su hijo lo sabe y por eso está atento. “Nosotros no necesitamos limosnas”, dice el muchacho.

Son cuatro hijos, todos hombres, tres trabajan, dos viven aún en la casa con grandes parlantes, televisor de pantalla plana, el cristo en la pared y la biblia en el atril.

Este hombre que aprendió a tocar la guitarra con solo mirar como lo hacían otros, todavía sueña con grabar un disco, espera que este episodio efervescente en su vida, ponga, en ese sentido, su granito. Además de querer su pensión. “Ese ahorro que usted está haciendo no es para pensión, es para un fondo”, le recuerda la esposa. Él asiente.

Lo cierto es que don José está bien rodeado, no pasa hambre, le planchan la ropa, le sirven la comida en la mesa, lo defienden sus hijos, lo defiende su señora y no sabe cuándo vuelva a montarse a buses y en restaurantes cantar. Su familia no quiere que lo haga, solo lo quieren proteger, temen de las personas envidiosas, dicen.

Acabé, les agradezco, me sonríen, les sonrío.

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