Orden Público

Buscando a las Farc en Catatumbo

Están al final de una vereda que limita con Venezuela y donde esporádicamente aparecen guerrilleros del Eln. Caracol Radio recorrió la zona.

Buscando a las Farc en Catatumbo

Buscando a las Farc en Catatumbo(Caracol Radio)

Cinco kilómetros antes de Tibú, Norte de Santander, está el desvío a mano derecha. Una carretera destapada al fondo cobijada por un penetrante olor a palma, es la ruta para llegar hasta San Isidro, vereda de Norte de Santander donde están parte de las Farc que se concentrará en cuestión de horas. A los lados, ganado, casas pintadas con letreros del Epl, Eln y camionetas blindadas que cruzan de un lado a otro y de las que nadie da razón. Al fondo, no se divisa nada. Solo montaña.

Dos retenes de comunidades que atraviesan un laso sobre la vía y cobran peaje de $1.000 para arreglar la carretera, bastan para encontrar a los guerrilleros del Frente 33 de las Farc. Los mismos que dominaban el narcotráfico en la región limítrofe con Colombia, pero que hoy observan cómo los elenos y los ‘Pelusos’ se divierten amasando las rutas cocaleras que los farianos les dejaron.

Edison, uno de los guerrilleros, está en la entrada de la zona de preconcentración, a escasos metros de la escuela veredal donde los chicos salieron de clases el 24 de noviembre pasado.

Saluda, pasa la mano y se presenta: “soy de las Farc E.P”. Interroga por la visita de Caracol Radio y teclea con facilidad la pantalla táctil de su teléfono celular. Cruza a un lado, al otro buscando señal y lo logra. “Hay periodistas”, reporta a su comandante. Guarda silencio.

No quiere fotos. Ni entrevistas. No toleraría una diferencia con un superior en un momento de incertidumbre para los guerrilleros rasos como él.

Ofrece gaseosa, agua en envases plásticos que el Gobierno les ha hecho llegar desde Cúcuta. También comida: arroz, pasta, carne. “No nos falta el alimento. El Gobierno ha cumplido”, dice Edison, mientras Alejandra, guerrillera de aparentes 32 años, desfila con dos cómodas sillas militares adornadas con bordados que dicen “Estoy triste, ¡oyó! Y una más: ‘Temor solo ante Dios’. Tiene un brazalete de las Farc adornado con letras bordadas y los colores de la bandera de Colombia. Viste de camiseta verde oliva y camuflado. No se observa una sola arma de fuego aunque las tienen encaletadas.

A escasos metros, sobre el caño que cruza por la escuela, se escuchan risas, murmullos, voces de varias personas. Son farianos que descansan en sus campamentos cuya visibilidad se confunde en medio del verde espeso de la selva. Han almorzado y reposan la comida. Minutos después jugarán voleibol. Otros fútbol. Unos más cuidarán a sus demás compañeros.

En la región está el Eln. Y las Farc lo saben, pero contrario a lo que se imaginan en Bogotá, no son enemigos. “Nos cruzábamos en el camino y nos saludábamos. Ellos iban por un lado y nosotros por el otro”, narra otro guerrillero que ni siquiera pronuncia su alias. “EPL no hay por acá”, cuenta.

El frente 33 de las Farc tiene infraestructura en medio de la selva: campamentos cómodos, alimentos y medicamentos. “Tenemos médicos. Y los mejores”, se ufana Edison.

Del área de San Isidro no sale la guerrilla, aunque lo harán por la línea que divide Venezuela y Colombia y prometen llegar después de dos días de caminata hasta Caño Indio a cuatro horas de Tibú, Norte de Santander, donde los esperan para concentrarse.

Las maletas las tienen listas. Y basta con el llamado del secretariado para empezar a moverse a la zona veredal, el lugar donde dejarán de ser guerrilla, el sitio donde sus armas quedarán en la historia, en sus memorias y en unas cuentas fotos guardadas en sus modernos celulares.

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