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“Soy un antropófago de la lectura”: “Éfer Arocha”

El escritor santandereano vive en París desde hace más de 40 años. Es el fundador de la revista Vericuetos.

Personaje de la Semana con Éfer Arocha

Personaje de la Semana con Éfer Arocha

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Escritor bumangués Éfer Arocha

Bucaramanga

Estaba en una actividad convocada por la Unesco, en la tribuna de la prensa. Había quedado en medio de los corresponsales de The New York Times y el principal periódico japonés. Uno de los invitados al evento era el colombiano Gabriel García Márquez, quien recibía periódicamente la revista Vericuetos, especializada en asuntos literarios y poéticos. Éfer Arocha Traslaviña, fundador y director de la publicación llamó al escritor casi que gritando; cuando Gabo escuchó la palabra Vericuetos se dirigió a donde estaba Arocha; lo sacó del área reservada a los medios de comunicación y le pidió que lo acompañara.

Esta es una de la anécdotas que narra, Éfer Arocha Traslaviña en el Personaje de la Semana de Caracol Radio. Llegó a Bucaramanga huyendo del frío de París. Estará en la ciudad donde nació hace 76 años hasta marzo, cuando volverá a los suburbios de la ciudad luz donde vive dedicado a asuntos intelectuales. No pierde un día; hizo una convocatoria para que 21 escritores jóvenes publiquen cuentos en Vericuetos.

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El escritor Arocha Traslaviña recuerda que nació en el barrio Sotomayor de Bucaramanga donde vivía la gente importante y adinerada de la época. Su padre, “un blanco” se casó con una campesina de San José del Guacamayo, municipio del sur de Santander. Dice que los Arocha no tuvieron muchos hijos. Por eso se “extinguen”.

Viajó a París para emplearse como profesor. Dictó clases a la hija de un jeque árabe a la que acompañaba en varias actividades como comprar ropa de diseñador. Tiene un hijo francés al que bautizó Felipe. Es un ingeniero que trabaja en ciencias espaciales. El maestro Arocha vivió en el distrito 11 de la capital francesa donde además estaba la modesta oficina de la revista Vericuetos. Ahora se cambió para un casa más amplia en los alrededores de la ciudad, pero gracias a los trenes de alta velocidad solo gasta 19 minutos en llegar al centro.

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Se declara “un antropófago de la lectura”; lee un libro por semana. También escribe. De hecho, en las últimos días publicó un libro titulado “El ciudadano, la horizontalidad de la sociedad y el Estado”; es un repaso de lo que significa ser ciudadano y la constitución de las comunidades desde los griegos hasta la actualidad a manera de ensayo.

El maestro Arocha se impresiona porque en Bucaramanga no hay casi librerías. relata que en Francia, la intelectualidad escucha radios culturales y desdeña los contenidos que aparecen por medios digitales. No ve televisión.

En los archivos de Caracol Radio, encontramos esta referencia al maestro santandereano cuando publicó una de sus novelas en París.

Franceses reconocen la obra del novelista colombiano Efer Arocha

El escritor colombiano Efer Arocha, en su insólita novela “Quitándole el punto a la i”, lanzada en París y Colombia, revive la figura del escritor autodidacta, “antropófago cultural”, hijo de indio y europeo, intelectual latinoamericano buscando sus referencias en un mundo siempre amenazado por la guerra.

Este libro, publicado por las editoriales “Escargot au galop” (Caracol galopante) y “Vericuetos”, tiene como referencias implícitas obras juguetonas del exilio como “Rayuela”, del argentino Julio Cortázar, o “Entre Marx y una mujer desnuda”, del ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, buscando romper, tomar la palabra, burlarse de la monotonía comercial, la falta de irreverencia, humor y riesgo de cierta literatura mundana reciente.

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El lector recuerda la expresión “poner los puntos sobre las íes” mientras avanza en este diario anarquista, fruto de la actitud contraria, que sin prosopopeya y con una expresión muy literaria, nos muestra el mundo de un curioso narrador fragmentado que se presenta como una suerte de reencarnación del autodidacta sartreano.

Después de luchar y sufrir por Colombia, sobre todo en el campo, Efer Arocha se vino a París en busca de la posibilidad de esa reconstrucción ética que propicia el “contar el cuento”, observando, anotando, criticando, reflexionando.

Encerrado en su pieza parisiense, con un computador y mucho entusiasmo, Arocha se hizo primero editor de otros escritores como él, lanzando libros de poesía y ensayos en la Sorbona, la Unesco o la Maison de l’Amérique Latine.

Arocha se dio cuenta de la sobrealimentación narrativa de una sociedad como la nuestra, que tiende a expedir, imprimir y publicar las trazas de nuestras actividades cotidianas mediante recibos, tiquetes, consignas.

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Por eso no vaciló en pegar en sus páginas, como si se tratara de un álbum infantil, trozos de esa realidad escrita desperdiciada: papeles de confites, cuerdas, cáscaras de frutas, facturas, tiquetes de metro, recortes de periódico, cuentas bancarias, testimonios de lo que significa “ganarse la vida”.

El escritor colombiano también se burla con ternura, en “Quitándole el punto a la i”, del deseo que mueve a los latinoamericanos a treparse en un avión, como salvajes intelectuales, para “regresar” a descubrir Europa y compadecerse de sus abuelas solas en los ancianatos, absortas, olvidadas por los nietos.

“Cuando venía en el avión releyó cuidadosamente toda la información sobre la pieza anhelada. Sabía que se encontraba en el Square Saint Germain des Pres. Que era un busto cagado por los pájaros...”, se lee en uno de los capítulos, llamado “En busca de su escultura preferida”.

El colombiano Arocha quiere mucho a su tierra, a la gente que lucha por vivir en paz en sus campos. Y ahora, asqueado por la violencia humana, por el odio mundial, su combate es, como su novela, dionisiaco: poner a circular poemas, novelas y ensayos que mitiguen, diviertan, alivien y ayuden a calmar los espíritus.

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